lunes, 25 de enero de 2021

¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?

HAY ALGO MÁS  ABURRIDO  QUE  SER UNA PRINCESA ROSA?     Raquel Díaz Reguera

Carlota  era una princesa rosa, con su vestido rosa, su armario lleno  de  ropa  rosa y una habitación con una cama con unas  sábanas  una  almohada rosas, ¡claro! Pero Carlota  estaba harta  del  rosa y  de ser una princesa. ¿Había  algo más aburrido en  el mundo que  ser una princesa rosa?

Las princesas son tan cursis que sólo con un pequeño guisante escondido debajo de cien colchones pierden el  sueño. Carlota,  sin  embargo, podía dormir como una marmota incluso sobre un elefante. Sí, sí, mira,  sobre el elefante y no se inmutaba.

Una vez, una vez  conoció a una princesa que  se pasaba todo el día, todo el día, todo el día besando a los  sapos del  estanque. ¡Mua, mua, mua! Mua, mua, mua! ¡Besitos! ¡Mua, mua, mua! Para ver si alguno se  convertía  en el príncipe azul, porque no había princesas que  surcaban los mares o  en busca  de aventuras, o princesas que  rescataban  a los príncipes  de las garras  de un  lobo feroz.

Así  se  sentía  ella, como esas princesas aventureras. ¡Vamos! O princesas astrónomas que pusieran nombre  a todas  las  estrellas del universo. O princesas cocineras que hicieran tartas  de  chocolate y galletas  con mermeladas. ¡Um, qué  ricas!

Carlota  era una  niña y  soñaba  con  cazar dragones, con buscar tesoros,  con amaestrar mariposas. ¡Qué  sueños tan  chulos! También  soñaba  con  desenredar enredos, soñaba también  con  fabricar  aviones  de papel, nadar a lomos  de un  delfín, perseguir palomas mensajeras y  conocer los  confines  de la Tierra viajando  en un  gigantesco globo  volador.

Entonces,  su madre siempre la  veía y  decía:

Esta  Carlota... esta  Carlota  no me  ha salido a mí muy princesa.

Y  su madre era una  reina rosa, muy, muy, muy rosa, ¡eh!, con su vestido  rosa,  con  su  armario lleno... ¡correcto! de ropa  rosa y una habitación con una  cama, ¡sí!  rosa y  con unas  sábanas  que también  eran  rosas y una almohada  rosa como todas las  reinas, todo lo  tenía  rosa.

Y  su padre era un  rey  azul, con su traje  azul, su trabajo azul y  su  vida  azul,  ¡como todos los  reyes!

—¿Por qué  estás tan  seria Carlota —le preguntó  su madre una mañana.

—Mamá, yo no quiero  ser una princesa rosa. o quiero  viajar, jugar, correr, brincar... y quiero un vestido  rojo,  de  verde, o  quiero un vestido  violeta  o  de otros  colores.

—Hija mía —le dijo la  reina—, las princesas son muy  delicadas y no pueden  salir  de palacio porque  se pondrían enfermas. No pueden  correr, ni brincar, porque  estropearían sus bonitos vestidos  de seda. Y no pueden  vestir  de verde, ni  de azul, porque  esos  colores no les  sientan  bien. Las princesas son  como las  rosas, flores frágiles,  cuyos pétalos no resistiría ni un  soplo  del  viento.

—Pero mamá, yo no soy una  flor,  soy una niña.

La reina  se quedó pensativa y luego  respondió:

—Pues, es verdad,  es  verdad, eres una niña.

Entonces decidieron ir  a hablar  con  el  rey.

—Papá —dijo Carlota—, yo no quiero  ser una princesa rosa. Yo  quiero  viajar, jugar, correr y  brincar; y  quiero vestir  de rojo y  de verde o  de  violeta.

—Hija mía —le dijo el  rey—, las princesas son  como las  rosas,  flores muy frágiles cuyos pétalos no  resistirían ni un soplo  de  viento.

—Pero, papá, yo no soy una  flor,  soy una niña.

El rey  se quedó pensativo y luego le  respondió:

—Pues,  es  verdad.

Entonces  decidieron ir  a hablar con el  Hada  Madrina

—Hada —dijo Carlota—, yo no  quiero  ser una  princesa rosa. Yo  quiero  viajar. jugar, correr y  brincar; y  quiero vestir  de rojo y  de verde y  de  violeta y  de  todos los  colores.

—¡Carlota! —le dijo  el  hada—, las princesas son  como las  rosas,  flores muy frágiles cuyos pétalos no  resistirían ni un soplo  de  viento.

—Pero, Hada, yo no  soy una  flor,  soy una niña.

El  hada  se quedó pensativa y luego le  respondió:

—Pues,  es  verdad.

Así  que  el  rey  llamó  a todos sus  consejeros y Carlota  les  habló.

—Consejeros reales, yo no quiero  ser una princesa rosa. Yo quiero  viajar, jugar, correr y brincar y  quiero  vestir  d e rojo,  de verde o  de violeta.


—¡Carlota! —dijeron los  consejeros—, las princesas son  como las  rosas,  flores muy frágiles cuyos pétalos no  resistirían ni un soplo  de  viento.


—Pero o no soy una  flor, soy una niña.


—¡Oh! —dijeron los  consejeros. Pues,  es verdad.


Entonces,  decidieron  convocar  en palacio  a todos los  reyes,  a todas  las  reinas,  a los príncipes  azules, a las  hadas  madrinas,  a los  consejeros  del mundo y  a  todas  las  princesas,  que unidas  dijeron:


—Nosotras no queremos  ser princesas. Queremos  viajar, jugar, correr y  brincar y vestir  de rojo,  de verde o  de violeta. Y no  somos  flores,  somos niñas.

Nadie supo qué  responder,  hasta que, al  final, habló la más  anciana y  sabia de todas las  hadas  madrinas  allí  reunidas:


—Es verdad, las princesas no son flores. Y, a partir  de ahora  mismo, podrán  ser lo  que  quieran  ser.


Todos aplaudieron. ¡Bien! Excepto un príncipe  azul,  que,  con  el  gesto muy  serio,  respondió y preguntó primero:


—¿Y qué hacemos  ahora los príncipes  azules?

La  anciana  se quedó pensativa  antes  de responder:


—Pues, tengo la  solución. ¡Vosotros podréis vestir  de  rosa!

Así, una  tras otra, las princesas dejaron  de ser princesas y  comenzaron a  viajar, jugar,  corre y  brincar y, por supuesto, olvidaron  sus vestidos rosas y  se vistieron  de  rojo,  de  verde y  de  todos los  demás  colores  del arcoíris.


Y  ahora  decidme: ¿Por qué  todas  las niñas  quieren  ser princesas?


EN LA  VIDA HAY  QUE  SER LO QUE  CADA UNO QUIERA  SER. TENEMOS  QUE  LUCHAR POR NUESTROS  SUEÑOS.

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