Carlota era una princesa rosa, con su vestido rosa, su armario lleno de ropa rosa y una habitación con una cama con unas sábanas una almohada rosas, ¡claro! Pero Carlota estaba harta del rosa y de ser una princesa. ¿Había algo más aburrido en el mundo que ser una princesa rosa?
Las princesas son tan cursis que sólo con un pequeño guisante escondido debajo de cien colchones pierden el sueño. Carlota, sin embargo, podía dormir como una marmota incluso sobre un elefante. Sí, sí, mira, sobre el elefante y no se inmutaba.
Una vez, una vez conoció a una princesa que se pasaba todo el día, todo el día, todo el día besando a los sapos del estanque. ¡Mua, mua, mua! Mua, mua, mua! ¡Besitos! ¡Mua, mua, mua! Para ver si alguno se convertía en el príncipe azul, porque no había princesas que surcaban los mares o en busca de aventuras, o princesas que rescataban a los príncipes de las garras de un lobo feroz.
Así se sentía ella, como esas princesas aventureras. ¡Vamos! O princesas astrónomas que pusieran nombre a todas las estrellas del universo. O princesas cocineras que hicieran tartas de chocolate y galletas con mermeladas. ¡Um, qué ricas!
Carlota era una niña y soñaba con cazar dragones, con buscar tesoros, con amaestrar mariposas. ¡Qué sueños tan chulos! También soñaba con desenredar enredos, soñaba también con fabricar aviones de papel, nadar a lomos de un delfín, perseguir palomas mensajeras y conocer los confines de la Tierra viajando en un gigantesco globo volador.
Entonces, su madre siempre la veía y decía:
—Esta Carlota... esta Carlota no me ha salido a mí muy princesa.
Y su madre era una reina rosa, muy, muy, muy rosa, ¡eh!, con su vestido rosa, con su armario lleno... ¡correcto! de ropa rosa y una habitación con una cama, ¡sí! rosa y con unas sábanas que también eran rosas y una almohada rosa como todas las reinas, todo lo tenía rosa.
Y su padre era un rey azul, con su traje azul, su trabajo azul y su vida azul, ¡como todos los reyes!
—¿Por qué estás tan seria Carlota —le preguntó su madre una mañana.
—Mamá, yo no quiero ser una princesa rosa. o quiero viajar, jugar, correr, brincar... y quiero un vestido rojo, de verde, o quiero un vestido violeta o de otros colores.
—Hija mía —le dijo la reina—, las princesas son muy delicadas y no pueden salir de palacio porque se pondrían enfermas. No pueden correr, ni brincar, porque estropearían sus bonitos vestidos de seda. Y no pueden vestir de verde, ni de azul, porque esos colores no les sientan bien. Las princesas son como las rosas, flores frágiles, cuyos pétalos no resistiría ni un soplo del viento.
—Pero mamá, yo no soy una flor, soy una niña.
La reina se quedó pensativa y luego respondió:
—Pues, es verdad, es verdad, eres una niña.
Entonces decidieron ir a hablar con el rey.
—Papá —dijo Carlota—, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar; y quiero vestir de rojo y de verde o de violeta.
—Hija mía —le dijo el rey—, las princesas son como las rosas, flores muy frágiles cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.
—Pero, papá, yo no soy una flor, soy una niña.
El rey se quedó pensativo y luego le respondió:
—Pues, es verdad.
Entonces decidieron ir a hablar con el Hada Madrina
—Hada —dijo Carlota—, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar. jugar, correr y brincar; y quiero vestir de rojo y de verde y de violeta y de todos los colores.
—¡Carlota! —le dijo el hada—, las princesas son como las rosas, flores muy frágiles cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.
—Pero, Hada, yo no soy una flor, soy una niña.
El hada se quedó pensativa y luego le respondió:
—Pues, es verdad.
Así que el rey llamó a todos sus consejeros y Carlota les habló.
—Consejeros reales, yo no quiero ser una princesa rosa. Yo quiero viajar, jugar, correr y brincar y quiero vestir d e rojo, de verde o de violeta.
—¡Carlota! —dijeron los consejeros—, las princesas son como las rosas, flores muy frágiles cuyos pétalos no resistirían ni un soplo de viento.
—Pero o no soy una flor, soy una niña.
—¡Oh! —dijeron los consejeros—. Pues, es verdad.
Entonces, decidieron convocar en palacio a todos los reyes, a todas las reinas, a los príncipes azules, a las hadas madrinas, a los consejeros del mundo y a todas las princesas, que unidas dijeron:
—Nosotras no queremos ser princesas. Queremos viajar, jugar, correr y brincar y vestir de rojo, de verde o de violeta. Y no somos flores, somos niñas.
Nadie supo qué responder, hasta que, al final, habló la más anciana y sabia de todas las hadas madrinas allí reunidas:
—Es verdad, las princesas no son flores. Y, a partir de ahora mismo, podrán ser lo que quieran ser.
Todos aplaudieron. ¡Bien! Excepto un príncipe azul, que, con el gesto muy serio, respondió y preguntó primero:
—¿Y qué hacemos ahora los príncipes azules?
La anciana se quedó pensativa antes de responder:
—Pues, tengo la solución. ¡Vosotros podréis vestir de rosa!
Así, una tras otra, las princesas dejaron de ser princesas y comenzaron a viajar, jugar, corre y brincar y, por supuesto, olvidaron sus vestidos rosas y se vistieron de rojo, de verde y de todos los demás colores del arcoíris.
Y ahora decidme: ¿Por qué todas las niñas quieren ser princesas?
EN LA VIDA HAY QUE SER LO QUE CADA UNO QUIERA SER. TENEMOS QUE LUCHAR POR NUESTROS SUEÑOS.
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