Seguro estoy de que la gran mayoría de la gente que me conoce desconoce que yo fui alférez del ejército español. Sí, lo fui, que 60 años parecen que han pasado muy pronto, sobre todo cuando han pasado ya, pero yo os aseguro que mis 60 años han dado para mucho. Hoy os hablaré de los miedos, secuelas y recuerdos de "la puta mili".
Yo, un niño de pueblo, en un pueblecito de apenas 20 casas y 100 habitantes, y criado en el seno de una familia humilde, lastrada por la tendencia de mi padre al consumo de alcohol y otros vicios, estuve muy protegido por mi ama Teresa, cuya principal razón de vida y coraje éramos mi hermana y yo. Esa protección o sobreprotección de mi madre no siempre era bien entendida y recuerdo oír que le decían o me decían delante de ella muchas veces aquello de "¡ay, ya verás cuando tengas que ir a la mili, qué mal lo vas a pasar!".
Recuerdo alguna vez ver llorar a mi madre al retumbarle en su cabeza ese malicioso comentario de alguna vecina que, como tenían dinero y posibilidades, conseguían que su hijo se librara del servicio militar. Y es que corría el rumor en el pueblo de que en Sopuerta había un militar retirado que por, según qué cantidad de dinero, hacía que vinieras destinado a la batería militar de Punta Lucero, con lo que podías dormir en casa, o que te pudieras, directamente, librar de la mili. Mi madre Teresa, en sus sollozos, decía: --"¡qué mala es la gente! Ellos, como tienen dinero, pagan para que su hijo no tenga que ir a la mili y luego vienen donde mí a meterme miedo para cuando tengas que ir tú..."
Mi ama Teresa y mi hermana Mari Nieves, sentadas en una mesa al aire libre, bajo un pino, en la casa familiar de La Arena. Mi ama está comiendo un bocadillo y encima de la mesa, dos tomates de la huerta.
Si hay algo en esta vida que he hecho por obligación fue ir al servicio militar, es decir, a la mili. Si es verdad que ya a inicios de la década de los años 80 empezaba a haber objetores de conciencia y jóvenes que se negaban a hacer el servicio militar obligatorio, pero se consideraba delito y la pena era de cárcel. A mí tener que ir a la mili, la verdad, me asustaba, me daba un poco de miedo; pero me parecía un mal menor en comparación con lo que te podía pasar si te negabas. Y de la cárcel ya sabía, que mi padre y mi abuelo habían estado entre rejas. Yo quería vivir libre.
En la vida hay que tener suerte y yo la tuve por tener un amigo que veraneaba aquí, en La Arena, en el 4º F del nº 21, el primer edificio de pisos que se construyó en mi pueblo. Era Jose (José Antonio Becerro Pellitero), sobrino de Emerio, que durante años regentó el Mesón Aitona (hoy, Maloka). Jose, cuyos padres eran emigrantes leoneses, era un joven de categoría: educado, honesto, legal, sincero, prudente... una buena persona como pocos he conocido; pero, además, tenía un plus: ser de Bilbao; es decir, era más maduro que nosotros, los jóvenes de pueblo. Jose era buen estudiante, tenía cultura además de educación y nos convertimos en inseparables en aquellos años... solíamos ir a andar por la playa, por la orilla del agua, y también jugábamos a las damas (no era sencillo encontrar aquí en el pueblo alguien con quien echar unas buenas partidas a las damas; que yo recuerde, sólo lo pude hacer con Jose y, años más tarde, con Pedromari Sañudo). Jose, ¡joer, no tengo ni una puñetera fotografía con él!, era estudiante de Empresariales y él me habló de las milicias universitarias, de la posibilidad de hacer la mili en partes, durante los veranos, para que fuera más llevadera. Él era un poco mayor que yo y se apuntó en el IMEC y la hizo de sargento. Su experiencia me ayudó y me decidió a ir por esa vía a la mili. Fue un enorme acierto y se lo debo a Jose, a quien solamente habré visto una vez en los últimos 30 años, pero al que jamás olvidaré. Fue un amigo con mayúsculas.
Las
milicias universitarias eran, como os he dicho, una manera de prestar el servicio militar obligatorio para los estudiantes universitarios que ya habían concluido, al menos, los dos primeros cursos de universidad. Superando pruebas de acceso (médicas, físicas y psicotécnicas), tenías la etapa de Instrucción en un
CIR (Centro de Instrucción de Reclutas), que en mi caso fue en
Araca (Araba), durante los tres meses del verano de 1981; la etapa de
Academia Militar, que yo hice en la de
Infantería de Toledo en el otoño de 1981 también; y, finalmente, superadas esas tres fases, ibas a hacer prácticas durante 6 meses en un cuartel, de
sargento o
alférez, dependiendo de la nota tras las dos primeras etapas, y que en mi caso fue en el
Cuartel del Regimiento Militar de Zamora.
Cabía la opción de hacer todo el servicio en tres años (dos veranos + seis meses seguidos) o en dos años (seis meses y seis meses, con un tiempo en medio, que podía ser de medio o un año completo). Yo opté por esta ultima.
En esta modalidad de mili, los aspirantes realizaban la instrucción militar en la Escala de Complemento hasta que el ejército español se profesionalizó. Su nombre fue IPS (Instrucción Premilitar Superior), entre 1942 y 1972;
IMEC (Instrucción Militar Escala de Complemento), entre 1972 y 1991; y, hasta su disolución en 2001, SEFOCUMA (Servicio de Formación de Cuadros de Mando). En el Ejército del Aire era algo diferente. Yo conozco las generalidades del Ejército de Tierra.
Yo hice la mili en tres tramos, además de la fase previa de pruebas de acceso a IMEC.
* Julio, agosto y septiembre de 1981: Instrucción de Reclutas en Araca (Vitoria--Gasteiz, Araba).
* Octubre, noviembre y diciembre de 1981: Academia Militar de Infantería de Toledo.
* De enero a junio de 1983: Regimiento Nº 35 de Zamora, ya como ALFÉREZ.
Conservo la chapa metálica de IMEC
Para mí, un auténtico niño de pueblo, la mili fue llevadera en la fase de instrucción de reclutas de Araca (Vitoria-Gasteiz); muy dura en los tres meses que pasé en la Academia Militar de Infantería de Toledo, sobre el río Tajo, enfrente de la ciudad; y un tiempo de una gran experiencia en los seis meses de alférez en Zamora.
Imágenes de la ACADEMIA DE INFANTERÍA en TOLEDO, capturadas de Internet con fines ilustrativos.
Aquellos tres meses en la
Academia Militar (Toledo) fueron un auténtico horror. Yo contaba los días, no los que pasaba allí, sino los que me quedaban por pasar. Esos meses fueron muy duros para mí. La vida militar me superaba, no la comprendía; psicológicamente acabé al límite. Pero resistí, no me podía rendir. Lloré, sufrí, grité y escribí lo que sentía; pero todo en silencio. No podía compartir lo que pensaba de la vida militar, porque me podía perjudicar. No podía permitir que nadie me oyera gritar, así que lo hacía cuando estaba solo de guardia en una garita alejada. No podía dejar que nadie me viera llorar, así que lo hacía escondido entre las sábanas de mi litera. Tres meses me parecieron una eternidad. Sin duda, una de las épocas más duras de mi vida, si no... la que más.
Al salir de allí intenté olvidarlo todo. Me costó. Pero lo he olvidado casi todo. No recuerdo el nombre de ninguno de los compañeros que tuve allí. No recuerdo ni un solo nombre de mis mandos; quise borrarlo todo de mi cabeza. Durante muchos años, soñaba con
Toledo; me despertaba asustado y no sabía si era un sueño o si era realidad. Eran terribles pesadillas. Yo cumplí mis 22 años en
Toledo... realizando unas maniobras militares de tres días.
Tengo esta fotografía que he querido conservar de mi 22 cumpleaños, en 1981
Si me queréis identificar soy el tercero de pie por la derecha.
He de confesar que de mi etapa en Toledo me ha quedado una secuela psicológica. Ya nunca he podido dormir una noche entera, sin despertarme y sin levantarme por las noches. El estado de nerviosismo e inquietud que viví fue el causante.
En Toledo me contagié de hongos en los pies. Me costó meses curarlos. Recuerdo que mi suegra, Maruja, me ponía con toda su paciencia y todo su cariño palanganas de agua hervida con romero, para que los metiera un rato a ver si se me quitaba aquel insufrible picor.
Recuerdo alguna vez estar de guardia en alguna garita apartada en la meseta y, con miedo de que me pudieran pillar en un cambio de guardia o una visita sorpresa, tenía que quitarme las botas militares para arrascarme los pies y que el picor se me aliviara, también al tenerlos al aire. Llegaba a arrancarme la piel de entre los dedos de tanto picor.
Recuerdo también una noche de maniobras en el campo, completamente a oscuras, corriendo por unas zonas de campos de almendros, arroyos completamente secos y plantaciones de algún cereal, corriendo para completar las órdenes, me tropecé con una alambrada, caí y la parte metálica del cetme (fusil de asalto, arma del soldado) me golpeó fuertemente la cabeza ocasionándome un corte de varios centímetros.
Yo era consciente de lo que me jugaba y en Toledo me planteé la supervivencia. Al fin y al cabo, tres meses se pasan pronto, aunque a mí se me hicieron eternos. Teníamos opciones de salir algunas tarde a la ciudad de Toledo, pero yo solamente lo hice una vez en tres meses. Prefería quedarme y estudiar porque los exámenes teóricos eran duros. Durante años conservé los libros que tuve...
Había que estudiar táctica y logística militar, leyes y reglamentos de la justicia militar, armamento... Por las mañana teníamos instrucción en el campo y prácticas militares. Después, clases teóricas. Y en el tiempo libre, estudiaba para aprobar y, gracias a ese esfuerzo, aprobé. Muchos de mis compañeros salían por la tardes a la ciudad de Toledo, pero yo me quedaba a estudiar en el cuartel. Y los fines de semana muchos se iban a sus casas, pero yo no lo hacía. Creo que solamente vine una vez, en el puente de la Inmaculada. Era viaje largo y tampoco disponía de dinero para pagarlo, así que me quedaba en la academia y estudiaba.
Los tres meses de la
Academia Militar de Infantería fueron la parte dura de mi mili. Los tres meses en
Vitoria-Gasteiz (Araca) fueron los que pasaba cualquier otro recluta, aunque a nosotros se nos exigía más. Era normal, no íbamos a ser después soldados, sino suboficiales (sargentos) u oficiales (alféreces)
Yo soy el de la izquierda, saludando con la gorra en la mano.
De Araca, además de la foto de la Jura de Bandera, que nunca he enseñado a nadie que no fuera de la familia, tengo esta medalla de recuerdo. Ya lleva casi 40 años conmigo. Detrás de ella hay una historia que me gusta recordar. Quiero contarla para los seguidores de haixeder.
Allí estábamos los que ya habíamos pasado unas exigentes pruebas físicas para llegar a IMEC y al final del período de instrucción había una especie de olimpiadas militares. En mi compañía me inscribí en las carreras de velocidad (60 m) y fondo (1.000 m) y, ante la sorpresa de todos, incluido mi capitán, vencí en ambas pruebas. El capitán de mi compañía vino a hablar conmigo y me dijo que nunca se había dado el caso de que un mismo soldado venciera en la prueba de velocidad y en la de fondo, que era algo inaudito, porque los velocistas no son fondistas y los fondistas no tienen velocidad suficiente como para imponerse en una prueba tan corta (60 m.). Se interesó por mí, quiso saber de dónde era, a qué me dedicaba... estuvo un rato conmigo y me dijo que ordenaría me dieran el fin de semana libre. Después, me preguntó a ver en cual de las dos pruebas quería correr representando a nuestra compañía en las finales de las olimpiadas militares y yo, inocente de mí, le dije que en las dos. Me dijo que eso era imposible, por norma, y que debía elegir. Entonces, le dije que lo que él me ordenara. Y me mandó a la de 60 m (velocidad pura), porque decía que en 1.000 m (fondo) había otros que podían hacer buen papel también.
Lógicamente, entre las compañías había piques y todos queríamos ganar. Un compañero que estaba federado en atletismo y al que yo había ganado me dejó sus zapatillas de clavos, porque decían que eran mejores que mis viejas zapatillas. Yo nunca había corrido con zapatillas de clavos.
Llegado el día, el favorito para la medalla de oro era uno de otra compañía, de Portugalete, con cuerpo de velocista, impresionantes cuadriceps, que estaba federado en atletismo y que, se decía, que iba a ganar de calle. En el calentamiento me miraba sonriente, me preguntó si yo corría federado y le dije que no y se sonrió. Era altivo, ya he olvidado hasta su apellido. Antes de salir me dijo "tú no puedes ganarme a mí, pesas 60 kg y eres super delgado, para ser velocista hay que tener cuerpo". Y prosiguió: "me han dicho que nunca has corrido con clavos". Yo no decía nada, era un niño de pueblo en un cuartel militar y estaba asustado.
Mis compañeros de compañía me animaban: "gánale, es un puto chulo". Sonó el disparo y salí disparado, fui a su par y le superaba a metros de la meta. Entonces, intencionadamente, me dio un manotazo en el brazo y me desequilibró y entramos en meta que no se sabía quién había ganado. Le dieron ganador a él. Mis compañeros abuchearon y mi capitán me felicitó por la carrera. Yo le dije: "Mi capitán, me ha hecho trampa, me ha pegado un manotazo para desequilibrarme porque le iba a ganar". El capitán me contestó: "Lo sé, pero no quiero decir nada, porque es mejor así."
El de Portugalete vino después a saludarme, sonriente, y me dijo: "sí que eres rápido, casi me ganas" Y yo le respondí: "La medalla de oro es para ti; pero el triunfo lo he conseguido yo". Creo que no me entendió la ironía.
Ahí me di cuenta que a mis 20 años aún me faltaba mucha picardía para ir por el mundo... pero ese día perdí una carrera y aprendí una lección.
Escudo y estandarte de mi uniforme que también conservo
(en mi foto de inicio los llevo en la manga y bolsillo derechos).
Y tras pasar por
Araca y
Toledo, tras seis meses de preparación conseguí ser
alférez. Ser
alférez (quien ha hecho la mili lo sabe bien) no es cualquier cosa. Un
alférez es un oficial y se codea con los tenientes y capitanes. Debajo suyo están los brigadas, los sargentos (también los sargentos 1ª), los cabos (también los cabos 1ª) y los soldados.
Un
alférez lleva una estrella de 6 puntas en su gorra y en sus hombreras y pistola. Actúas como oficial de guardia, tienes acceso al bar de oficiales, al que acuden los militares de mayor graduación (comandantes, tenientes coroneles...) y pasas revista a los soldados cuando estás de oficial de semana, para darle novedades al capitán. Y también das permisos para salir de paseo y para irse de fin de semana a casa. Yo, que soy antimilitarista, que me asustan las armas, me siento orgulloso de haber sido alférez del ejército durante seis meses, porque viví experiencias muy bonitas, inolvidables. Estos seis meses en
Zamora (Regimiento de Infantería DCC Toledo nº 35, 22 Compañía) fue mi parte feliz de la mili.
También guardo el vale que me valió para recoger el chaquetón 2/4
Mis mejores recuerdos de la mili los guardo de mi etapa de alférez. Viví los 6 meses en
Zamora, en un pequeño apartamento que alquilé encima de la plaza del mercado, en un recodo de la calle
Santa Clara, una de las más importantes de la capital zamorana, que era el eje social de la capital. Estuve allí del 1 de enero al 30 de junio de 1983.
Yo viajé en bus a
Zamora el 1 de enero (festivo) y pasé noche allí para presentarme en el cuartel al día siguiente Cuando llegué al cuartel me presenté al oficial de guardia, que me mandó pasar al bar de oficiales. De pronto me vi rodeado por militares de altas graduaciones, con sus uniformes impolutos, sus estrellas... impresionaba mucho, la verdad. Entró un teniente (dos estrellas de 6 puntas), con bigote y una pistolita con cachas de la bandera española en su cinturón y preguntó en voz alta:
"¿Ha llegado ese alférez de Bilbao de la ETA que nos iban a mandar?". Muchos se rieron y me miraron. ¡Joder!, yo me acojoné, me empezaron a entrar sudores y no me atrevía a levantar de la cabeza... cuando el teniente se acercó y me dio la mano:
"Soy el teniente CRSP, me dijo, y estamos en la misma compañía, la 22". Bueno, me relajé un poquito. Luego se presentaron los tenientes GT y MNJN, los otros dos tenientes de la 22, al mando del capitán MRC.
Eran militares, pero eran también personas, y me ayudaron siempre. Creo que se dieron cuenta que era un inocente estudiante de pueblo. Nunca supe entablar amistad con ellos, pero sí que hubo respeto, cordialidad y buenos consejos por su parte. Nunca les he vuelto a ver, peor guardo buen recuerdo de ellos. GT era teniente de academia, altivo, pero un militar profesional que conocía bien cada paso. MNJN era de la escala de complemente, es decir, alguien como yo que había ido de alférez, le había gustado y se había reenganchado en el ejército. En ocasiones, me pareció excesivamente exigente y duro con los reclutas. Y CRSP era gallego, zorrete, bromista... cuando se enteró que me gustaba el frontón, me empezó a llevar a jugar a frontenis (raqueta y pelota de tenis) y cuando vio que jugaba bien empezó a desafiar a otros mandos de otras compañías... fueron buenos ratos...
En Zamora estuve muy bien. Yo ya me había casado con Mari Carmen en 1982 (en el período entre las etapas de mili de 1981 y 1983), y cuando puede alquilé un apartamento pequeñito en Zamora, a 15´ andando del cuartel, y Mari Carmen viajó a Zamora y estuvimos viviendo esos meses allí. Yo acababa en el cuartel a las cinco de la tarde, no siendo cuando me tocaba estar de Oficial de Guardia (24 h seguidas); así que por las tardes podíamos pasear, tomar algo, cenar una hamburguesa (a veces, en un local de la capital coincidíamos con mi capitán y su esposa). La comodidad de estar de oficial (alférez) y la presencia de mi chica allí me hacía estar muy bien, dentro de que a mí no me gustaba la vida militar.
Ser alférez tenía muchas ventajas y mi capitán me cogió cariño. Vio en mí un oficial diferente a sus tres tenientes. Me encargó ordenarle su biblioteca en su despacho en la Compañía. Le hice un listado ordenado de libros, clasificándoselos por temas y me felicitó por mi trabajo. Yo, para entonces ya había hecho un cursillo de bibliotecario, porque era un trabajo que me gustaba. Los tenientes, a veces, me bromeaban diciéndome que con el capitán tenía enchufe, que a ellos les mandaba al campo y a mí me dejaba haciéndole listado de sus libros.
Cuando estaba de oficial de semana (una semana al mes) podía ser bastante permisivo con los soldados de mi compañía y, a la hora de pasar revista para salir por las tardes, pues, se notaba que yo no era militar. Los soldados lo sabían y aprovechaban para salir y tomarse unos tragos, porque sabían que si no la liaban parda, yo no iba a tomar medidas.
Y los viernes era yo quien decidía quiénes se iban a sus casas. En ocasiones, incluso podía concederles algún día extra o que salieran antes del cuartel, por cuestiones de combinaciones de viajes, etc... Yo, siempre que no me la jugase yo, era muy flexible y los soldados me agradecían el trato.
Estando de alférez, le tocó en mi compañía a un soldado que era de
Sanfuentes (flecha roja) y, en lo que estuvo en mi mano, le ayudé. En la imagen de arriba, perteneciente a una semana en la que estaba de guardia, anotaba en qué situación estaba cada uno de los soldados a mi cargo.
Cuando terminamos la mili, coincidimos algunas veces... pero a Guti llevaba muchos años sin verle y... la vida, a veces, tiene unas coincidencias increíbles... resulta que hace unos meses le veo aparecer en mi colegio de Karrantza, llevando el camión de gasoil para la calefacción. Y...¿claro! no pude dejar pasar la ocasión y hacernos una fotografía.
Después, poco antes de aparecer el dichoso coronavirus coincidimos Amaia y yo con Guti y su mujer un día paseando en la Playa La Arena y nos emplazamos para quedar un día y tomar un café juntos, para recordar las historias de la puta mili...
Estas son las hombreras de alférez. Las verdes son las del uniforme de campaña (diario) y las rojas son del uniforme de gala. Las sigo conservando entre mis recuerdos.
Esta hoja es la de mi último día de Oficial de Guardia antes de licenciarme. Tenía a mi cargo un cabo 1 ª, dos cabos y 24 soldados (más otro cabo y 12 soldados más de refuerzo), que iban turnándose en las guardias de las garitas que rodeaban el regimiento y también en la entrada al cuartel y calabozos.
Una de las anécdotas que más me gusta contar de mi etapa de alférez es cuando iba andando por las calles de
Zamora, del cuartel a mi casa o viceversa, que siempre iba uniformado, y me tropezaba con guardias civiles también uniformados. Como yo era oficial del ejército, se cuadraban, me saludaban militarmente y me decían:
"A sus órdenes, mi alférez". A mí eso me satisfacía, porque había tenido alguna experiencia desagradable (creo que cuando solicitaba las prórrogas militares en el cuartel de
Sanfuentes) con algunos de los guardia civiles que estaban allí, que me trataban incorrectamente, la verdad. Y que en
Zamora los guardia civiles estuvieran (circunstancialmente por ser alférez) por debajo de mí, pues me gustaba y me chocaba, al mismo tiempo.
Estando en Zamora tuve unos días de maniobras en el Campamento de Monte La Reina, cerca de Toro. Y de esa experiencia, que apenas recuerdo ya nada, guardo ese listado de la imagen superior donde aparece mi nombre.
Hay momentos que en la mili se hacen cosas interesantes, pocos, pero los hay, como fue la visita a varios monumentos que hice en marzo, a varias iglesias y museos, con un total de 35 cabos y soldados, cinco de cada una de las compañías de mi Regimiento. De esa salida cultural también he guardado la hoja.
Los días en el cuartel eran de bastante rutina y cada uno teníamos nuestra labor. Yo tenía una escuadra de soldados, que iban cambiando según los reemplazos, y a los que les daba formación militar sobre la ametralladora, concretamente la MG-42, que desmontábamos pieza a pieza y volvíamos a montar. Era un arma poderosa, con una cadencia de tiro que podía alcanzar los 1.300 disparos por minuto, con una distancia de alcance efectivo de 1.200 metros y 4.000 metros de alcance máximo. Pesaba casi 12 kg y su longitud pasaba del metro. El cargador era una cinta metálica reutilizable de eslabón abierto, de 50 a 250 cartuchos.
La MG 42 fue una ametralladora temible, desarrollada por el ejército alemán en la 2ª Guerra Mundial. No sólo fue un arma de infantería, sino que fue utilizada por casi todos los modelos de vehículos y blindados militares germanos. Yo he disparado munición de fogueo con la MG 42 y, ciertamente, se me ponía la piel de gallina, me daba miedo y me impresionaba la velocidad de disparo. En 1983 conocía cada una de las piezas de esta ametralladora, sus nombres, cómo se armaba y desarmaba y mi labor era instruir a los soldados de mi compañía en su uso.
Hoy, todo eso está ya absolutamente borrado de mi memoria.
También llegué a conocer esta pistola, a manejarla y a disparar con ella en varias ocasiones. No me agradaba hacerlo, me intimidaba bastante, pero tenía que disimularlo, evidentemente. Durante mis 6 meses de alférez la portaba en mi cartuchera diariamente y no solamente dentro del cuartel del Regimiento DCC Toledo Nº 35, sino en mi recorrido del cuartel a casa y viceversa, de algo más de 1 km. Los militares profesionales llevaban pistolas mucho más manejables y diminutas. En mi compañía, el teniente GT llevaba una muy pequeñita, llamaba la atención de lo pequeña que era; y el teniente CRSP llevaba una con la bandera española dibujada en sus cachas blancas (me llamaba la atención).
El CETME es conocido por todos lo que hemos hecho la mili, era el fusil estándar.
A los soldados se les instruía en su uso y, sistemáticamente, se hacían ejercicios con él, habiendo que conocer sus diferentes posiciones mediante las tablas de esgrima siempre acompañadas de una voz de mando/ejecución (yo usaba la típica: "ar"), como la de la imagen inferior: prevengan armas, rodilla en tierra, en guardia, culatazo vertical, golpe de arresto...
El subfusil era un arma ligera y manejable. Era atractiva, pero con como todas ellas, yo nunca me sentí a gusto.
Conservo, así mismo, como recuerdo, algunos croquis y mapas utilizados en marchas, como ésta de octubre de 1981 en Toledo, de más de 20 km.
Afortunadamente, la mili dejó de ser obligatoria años más tarde y el ejército se profesionalizó.
Seguramente, la anécdota más recordada de mi mili es la que os voy a contar ahora. Cuando estabas 24 h de Oficial de Guardia, de 8 h de la mañana de un día a las 8 h del día siguiente, al terminar, tenías que pasar por el hospital y visitar a los soldados que estaban allí, por enfermedad o accidente. Yo lo hice y, al acabar, bajé corriendo las escaleras y quise salir rápidamente para casa para disfrutar de 24 h libres. Pero me pasó que no vi una gran cristalera y me di de bruces contra ella, saliendo rebotado hacia atrás y cayendo patas arriba. Me moría de vergüenza. Vestido de militar, con pistola y sin ver que allí había una cristalera. Temblaba la enorme luna contra la que me estrellé y por un instante creí que me iba a caer encima. Me dolía toda la cara y me asusté mucho, pero me levanté como un resorte y salí corriendo, mientras la gente me preguntaba si estaba bien. Seguí corriendo por el parking y miré para atrás, por si alguien seguía mirándome... y, sí, seguían mirándome. Hice el ridículo y pasé mucha vergüenza. No es lo mismo contarlo que vivirlo.
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