Hace unos días, por gentileza de Iñaki Citores Anton, en el facebook de Orgullo Galipo, apareció esta foto-postal de mi pueblo (en realidad es barrio, pero decimos "pueblo"), la Playa La Arena (Zierbena).
Me encantó. Fue un regalo sin precio, pero con muchísimo valor para mí, porque yo vi así mi pueblo cuando era niño, y lo recuerdo, pero se ha transformado tanto...que es imposible no emocionarse.
Voy a contaros lo que sale en la foto con detalles...
A la derecha, se ve la casa de la familia del doctor Carlos Ladrón de Guevara, adosada al Bar Labanda (nosotros le decíamos La Fonda), regentada por Felipe Labanda y su esposa Irene. Ese era uno de los tres bares de La Arena cuando yo era niño, junto al Bar Juanín (en la zona del Bentorro) y al Bar Garmendia (éste ya en la zona de Muskiz). El Bar Labanda fue después Mesón Aitona y ahora es Maloka.
La casa de los Ladrón de Guevara tenía una altura menos que la de ahora, sobre las duchas y WC de la playa, porque ahí se levantó una planta más en los primeros años de la década de los años 90, cuando había un vacío legal por la paralización judicial de la desanexión de Zierbena.
Carlos Ladrón de Guevara me salvó de morir a los 10 años, por una salvaje pulmonía. Su atención urgente cuando mi ama llamó a su puerta y las inyecciones de penicilina me tuvieron una noche entre este mundo y el otro, pero superé la noche crítica y aquí estoy, contando esto que nunca había contado. Mi madre siempre me lo contaba y le tenía un aprecio enorme a ese doctor que no vivía aquí, pero que veraneaban. Y... yo que nunca hablo bien de mi padre, he de decir que fue en bicicleta a buscar las inyecciones y volvió con ellas pronto, mientras mi tío Ipe rezaba el rosario para que mi padre no se quedara por los bares, perdiera las inyecciones y se olvidara de que su hijo estaba muy mal.
La finca de los Ladrón de Guevara rodeada de amarillo y señalada por una flecha del mismo color
Su finca estaba rodeada de un muro de piedra y tenía tamarizes (tamarix, el árbol del Paseo de La Concha, en Donostia) con buenos troncos por todo su perímetro. Los Ladrón de Guevara tenían tres hijos de mi edad, Michel, Covadonga y Carlos. Yo jugaba con ellos a ir de tamariz en tamariz alrededor de su finca sin tocar el suelo. No sé si quedará alguien de mi generación en La Arena que fuera capaz de recordarles y recordar sus nombres, pero yo sí, porque viví gracias a su aita. Por cierto, y lamentablemente, éramos unos 14 niños en mi generación y ya han fallecido la mitad). Siguen vivos en mi memoria. LOS VIEJOS TENEMOS HISTORIA Y MEMORIA.
Ya no quedan muchos tamarizes en La Arena, pero cuando yo era niño eran muy abundantes, se aclimatan bien a los suelos arenosos y aguantan bien los azotes de la brisa y vientos marinos. A la izquierda del frontón del Maloka hay dos, que tendrán unos 20 años, aproximadamente. En la finca de los Iza, lo que hoy es la Residencia, había decenas de ellos y en mi casa (donde en breve se abrirá el local de hostelería de los Zabala de El Puerto, en el centro del barrio, también). Había decenas de tamarizes dispersos por Moreo, algunos de los cuales marcaban alineados los lindes entre terrenos; en casa de la inolvidable Guillerma; donde Cayetana y Nicolás Garmendia, donde vivían Ángel Incera y su mujer, Rosa (junto a la puerta de acceso de coches, aún está un tamariz de gran tronco); en la finca de los Richter; en la que vivían los Elosúa... y en muchos sitios... y queda uno que tiene una simbología especial para mí. Está sobre la carretera que va al Superpuerto, encima de Lastrón. A esa finca que teníamos en alquiler, y a la que aún se le aprecian sus lindes si miras desde Itsaslur, iba yo de niño con la carretilla a buscar remolachas y nabos que plantábamos para el ganado.
La flecha amarilla señala la finca arrendada a la que me he referido y la flecha naranja marca el tamariz.
Para que os hagáis la idea exacta, la finca de los Ladrón de Guevara abarcaba lo que ocupa ahora el edificio de los portales nº 15 y nº 16, o sea, el bloque de pisos en cuyos bajos están situados el Hondartza, el Waitaki y la recién inaugurado La Mala Juana (a este edificio le decimos el Edificio Elorrieta, porque lo hizo este constructor). Cuando ese edificio se construyó, en sus bajos no había bares, eso fue años después, de inicio, se puso una Exposición de Muebles, que atendía Roberto Yanes, de Gallarta. Pocos lo recuerdan. Los ventanales de Waitaki, Hondartza y La Mala Juana son iguales porque eran los ventanales originales de la Exposición de Muebles La Arena).
Para acabar con la finca de los Ladrón de Guevara, quiero contar que tenía una puerta pequeña de madera, que accedía a la playa, aproximadamente, donde está hoy el acceso a ese casa; tenía otra delante de la carretera, frente a mi casa, un doble portón de madera, pintado de verde, delante de la cual paraba el autobús de la línea Somorrostro-Santurtzi, el único que había en aquel entonces y que pasaba por aquí solamente cuatro o cinco veces al día. Este portón y las ramas de los tamarizes te resguardaban del viento y de la lluvia mientras esperabas al autobús. Por ejemplo, para ir a Santurtzi tenías a las 08:15 h y el siguiente era a las 13:15 h; luego, a las 15:45 h y, después, a las 19:30 h. Lo sé muy bien porque para poder estudiar fui un usuario diario y se me pasaba medio día esperando. La tercer puerta era muy grande y estaba enfrente de la entrada del Waitaki, que mira a la ermita, y allí tenían un garaje muy amplio, con herramientas y cosas varias. Cuando los Ladrón de Guevara dejaron de venir, al hacerse mayores los hijos, en ese garaje se puso una cervecera, que estuvo poco tiempo, pero tuvo mucho éxito en verano, porque la finca para poner mesas para la clientela era muy grande. Esa cervecera fue regentada por un tal Agustín, que fue también quien dirigía el Vivero, cuyos restos aún se aprecian bajo La Bisera (excepcional punto de pesca), en el lado derecho de los acantilados según miramos desde La Arena hacia el mar).
Y delante de esta finca, en la postal de 1968 se ve una casa, (señalada con flecha rosa en la imagen inferior) rodeada de árboles. Es "mi casa", en la que nací el 25 noviembre de 1959, cuando pasaba el autobús de las 13:15 h, siempre me contaban mi abuela Rafaela, su hermano Ipe y mi madre Tere, en el centro-centro del barrio.
"Mi casa" señalada por una flecha rosa
Mi recuerdo más lejano es que vivíamos mi bisauela, mi tío Ipe, mi abuela Rafaela, mi padre Julián, mi madre Tere, mi hermana Mari Nieves y yo. Mi bisabuela murió siendo yo muy niño, pero guardo su imagen. Mi infancia la pasé con el resto de mencionados. La casa venía de la rama de mi madre, que era la de Zierbena (mi padre era de El Pobal, Muskiz), pero, al final, fue mi padre quien acabó con todo: con la casa, con la ilusión, con la felicidad de todos nosotros...pero bueno, tengo miles de recuerdos y como me dijo una vez TINA, "estás vivo y lo podrás contar, que tú has estudiado". Eso estoy haciendo.
Con detalles de "mi casa" y su finca no me quiero extender hoy, ya tendré tiempo.
La finca de Felipe Labanda marcada en rojo
Antes de cerrar este primer capítulo, quiero ir a la finca de Felipe Labanda, a quien he mencionado antes. Este era un hombre emprendedor, tenía La Fonda y tenía propiedad en la línea de autobuses, tan importante, IMPRESCINDIBLE, en aquellos años para la gente de estos pueblos. Su finca es la marcada con círculo rojo y es el lugar exacto donde Lucio Povedano, que ya había construido antes los bloques 21 y 22, construyó el edificio de los portales 20 (La Fábrica de Juan, Apart-Hotel, La Jayma y Skull Bar, para entendernos y situaros fácilmente).
Felipe e Irene no tenían descendencia. Vivían aquí todo el año. Yo nunca vi su casa por dentro, pero sería muy bonita, seguro. Tenían un garaje-almacén en la finca, cuya entrada estaba frente a la carretera. Recuerdo unos grandes pinos también, alineados, más o menos donde ahora está la entrada a los garajes de ese edificio y en ellos se posaban bandadas de gorriones. La finca estaba rodeada de un muro de 1 m de alto, siempre bien pintado de blanco, y tenía otro metro superior de cierre con alambrada.
Pocos saben y pocos recuerdan lo que voy a contar ahora:
Este edificio no se hizo a la vez. Primeramente, se hizo el portal nº 20 (Skul Bar - durante años Cafetería Leomar- y La Jayma), y la otra mitad (La Fábrica de Juan y Apart-Hotel) no se materializó hasta casi una década después, por algún conflicto originado al construir la 1ª parte del edificio, que solamente se solucionó mediante algún acuerdo que favorecía a las partes litigantes. Lo que iba a contar es que en la cornisa negra del edificio se puso "EDIFICIO IRENE", en memoria y homenaje a la esposa de Felipe Labanda. Fue una condición para el acuerdo entre Felipe Labanda y el constructor Lucio Povedano. Lo que ocurre que esas letras se fueron despegando con el paso del tiempo y los vientos. Es triste que ambos estén ya muertos y que el deseo de Felipe Labanda de que el edificio tuviera el nombre de su esposa para recordarla se haya perdido. Y... tristemente... eso ¿a quién le importa ahora? Me importa a mí, pero yo sé que no pinto nada, no tengo ningún poder. Pero lo puedo contar. TINA me dijo que lo contara todo, para que la gente supiera. Hoy la inolvidable TINA vendría y me daría un abrazo, orgullosa de su vecino Rober, el hijo de Tere.
Por cierto, yo vivo en el Edificio Irene, he vivido 20 años antes de irme al Valle de Villaverde en la pandemia, y de regresar al mismo piso de la última década hace un año ahora... de alquiler, que ya sé que no soy propietario, ni tengo ningún derecho a voto, que ya me lo dijeron una vez en una de esas reuniones de comunidad de vecinos. El lado positivo es que pensé... si no tengo derecho a nada, no perderé mi tiempo escuchándole a éste pavo hablar de tus humedades en su piso... y ya nunca más asistí a una reunión de vecinos. Eso es para propietarios, gente que tiene, gente que sabe... que se van a morir igual que yo, pero que mientras vivan se sienten más importantes, porque vas a comparar ser propietario con ser inquilino...
Felipe Labanda era un señor espigado y delgado, elegante en su manera de andar y exquisito en el trato personal. Llevaba casi siempre un sombrero-boina y, a menudo, pañuelo en la garganta. Usaba gafas y tenía rostro agradable, te miraba a los ojos cuando hablabas con él, sabía escuchar y siempre se le apreciaba un atisbo de sonrisa. Me parecía un hombre con experiencia en el trato personal, culto, educado y respetuoso. Era un referente en La Arena. Nunca le oí hablar mal de nadie y nunca oía a alguien hablar mal de él. A mí, como hijo de este pueblo (barrio), me duele y me molesta que el nombre de su esposa Irene no esté ya en lo alto del edificio. Si Felipe Labanda levantara la cabeza se enfadaría, se molestaría, porque él era un hombre de principios, un hombre de palabra. Creo que las leyes son leyes, pero injustas o imprecisas, porque cuando se heredan los bienes materiales deberían heredarse también los compromisos adquiridos.
Ahora, en 2023, ¿cuántos vecinos de la Playa La Arena saben quiénes fueron Felipe Labanda e Irene? Pero, en mi opinión, muchos de esos actuales vecinos de La Arena nunca serán tan importantes, ni tan significativos, ni tan trascendentes como lo fueron Felipe Labanda e Irene para los vecinos de este barrio. Por eso deberíamos tener memoria y preservar sus nombres. Son historia de La Arena. Puedes vestir traje y corbata y trabajar en Petronor, pero si no te interesa la historia de tu pueblo no dejarás de ser un ceporro, con traje y corbata y dinero en el bolsillo, pero ceporro. Felipe Labanda e Irene tenían dinero, sí, pero eran personas humildes, cercanas y generosas. Eran playeros. Quedan pocos playeros en La Playa, aunque la playa esté llena de playeros.
¡Qué bonito era mi pueblo!
Y ya que en este capítulo he mencionado a TINA... (Valentina Martínez),
de quien podría estar escribiendo días y días y no cansarme...
Tina y yo, un poquito encima de Orbás, con La Batería sobre nuestras cabezas (foto inédita, nunca publicada).