Miedo.
Siento miedo, mucho miedo.
Nunca quise tenerlo por amigo, pero me acompañaba día y noche, sobre todo, por las noches... en verano y en invierno, impenitente.
Yo nunca quise que me acompañara,
pero él miedo se quedó conmigo,
navegaba a mi alrededor, siendo okupa en mi mente.
Miedo que no se ve, pero se siente,
miedo que se mete en ti, te cohíbe, te paraliza, te empequeñece...
Miedo que fue un regalo de mi padre,
un regalo envenenado;
me lo regalaba sin piedad de día,
me lo regalaba envuelto en la oscuridad de la noche,
en los meses que van desde enero a diciembre.
El miedo fue su regalo diario,
el miedo y el menosprecio, el insulto que dolía severamente,
porque yo ya había oído que el borracho no miente.
Miedo que nace, se multiplica,
crece como las malas hierbas,
el coronavirus y...
toda esa irresponsable gente.
Miedo que vivirá conmigo hasta la muerte.
Rober Areizaga Ollobarren
Como dijo Franz Kafka, yo cuando era niño tenía miedo de morir, porque aún no había vivido.
Mi admirado Nelson Mandela: yo no soy un hombre valiente, porque siento miedo y nunca le he vencido.
Tratando de superar mis límites, luché siempre por vencer mi miedo, pero apenas un puñado de ocasiones lo conseguí, porque mi miedo era un árbol de mil ramas y dos mil raíces.
Me he dado cuenta que al miedo le encanta robar mis sueños.
Tengo miedo de lo que va a venir y tengo miedo de lo que ya ha pasado, porque no vencí al miedo y me quedé en él atrapado.
Alguien dijo que cuando termina el miedo empieza la vida. Si fuera verdad, yo aún no he empezado a vivir.
Tantas veces necesité de alguien para compartir mi miedo, pero otras tantas veces no encontré a nadie.
De niño, mi vida era una película de miedo.
El miedo se tiene, la cobardía se elige.
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