domingo, 27 de diciembre de 2020

Tomás aprende a leer

Tomás sabía construir una valla de troncos y sabía hacer una tortilla, pero no sabía leer. Tomás sabía hacer una mesa de un árbol y sabía hacer un dulce de jarabe de su savia, pero no sabía leer. Tomás sabía cómo cuidar los tomates, los pepinos y las mazorcas de maíz para que crecieran hermosas, pero no sabía leer. Tomás conocía las huellas de los animales  las señales de las  estaciones, pero no conocía las letras  y las palabras.

Quiero aprender a leer —le dijo a  su hermano José.

Eres un hombre mayor, Tomás —le respondió José—. Tienes hijos y nietos y sabes hacer casi de todo.

—Pero no sé leer —insistió Tomás.

—Bueno —dijo José—. Pues aprende.

—Quiero aprender a leer —le dijo a Julia, su mujer.

—Eres maravilloso tal como eres —contestó Julia mientras le acariciaba la barba.

—Pero se puede ser aún mejor —replicó él.

—Pues aprende —le dijo su mujer, sonriéndole por encima de su labor de punto—. Así podrás leerme a  mí.

—Quiero aprender a leer —le dijo Tomás  a su  viejo perro pastor.

El perro lo miró, y luego se echó en la alfombra, a los pies  de Tomás. Tomás pensaba: "¿Cómo puedo aprender a leer? Mi hermano no puede enseñarme. Mi mujer no puede enseñarme. Este viejo perro no puede enseñarme. ¿Cómo aprenderé?

Tomás estuvo pensándolo un buen rato y al final sonrió.

A la mañana siguiente, Tomás se levantó al salir el sol e hizo el trabajo de la granja. Luego se lavó la cara y las manos, se peinó el pelo y la barba, y se puso su camisa preferida. Desayunó unas tostadas y se preparó un bocadillo para llevárselo. Después se despidió de Julia con un beso y  salió de casa. 

Encontró a un grupo de niños y niñas que también iban por el camino sombreado por los árboles. Cuando los niños entraron en la escuela, Tomás también entró. La señora García sonrió al verlo.

Quiero aprender a leer —le dijo.

Ella le indicó un asiento libre y Tomás se sentó.

—Niños y niñas —dijo la maestra—, hoy tenemos un nuevo  alumno.

Tomás empezó por aprender las letras y los  sonidos. Algunos niños le ayudaron. En el recreo, se sentó debajo de un árbol y enseñó a unos niños y niñas a imitar el canto del carbonero y el graznido de la oca, y les contó historias.

Pronto Tomás fue aprendiendo palabras. Todos los días  copiaba los ejercicios en su  cuaderno con esmero. A Tomás le gustaba mucho que la maestra o los niños mayores leyeran en voz alta  en la  clase. A veces,  dibujaba mientras  escuchaba.

Tomás  estaba  aprendiendo, pero también estaba  enseñando. Enseñó a los niños a  hacer tallas de madera  con la  navaja.

Y a la maestra le  enseñó a hacer la mermelada de manzana y  a silbar con los  dientes. 

Al  cabo  de un  tiempo, Tomás ya iba  juntando palabras y escribiendo sus propias historias. Escribió sobre cómo se salvó una pequeña  ardilla. Escribió sobre el  baño  en el  río. Escribió sobre el día en  que  conoció a su mujer. Julia miraba  cómo Tomás hacía sus ejercicios en la mesa después de  cenar.

—¿Cuándo vas  a leerme algo? —le preguntó.

—Cuando llegue  el momento —le contestó.

Un día, Tomás se llevó a casa un libro de poemas de la  escuela. Los poemas trataban de árboles y nubes y ríos y ciervos ligeros. Tomás lo escondió debajo de su almohada. Aquella noche, cuando Julia y él se  fueron a la cama, sacó el libro.

—Escucha —le dijo.

Leyó un poema sobre suaves pétalos y dulce perfume de rosas. Leyó un poema sobre olas que  rompían en la orilla  de la mar. Leyó un poema de amor. Julia miró a su marido a los ojos.

—¡Oh, Tomás! —dijo—. Quiero aprender a leer.

Mañana, después del desayuno, cariño —le respondió sonriendo. Y apagó la luz.


Esta historia trata de un señor llamado Tomás que quiere aprender a leer, a pesar de ser alguien que sabe hacer muchas cosas, el deseo de aprender a leer le va generando enseñanzas inigualables, es una historia realmente conmovedora y nos enseña a que, pese a la edad, las circunstancias y demás obstáculos, si queremos y lo deseamos con el corazón, podemos ser cada día mejores personas y ciudadanos.

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