jueves, 25 de junio de 2020

Historias de un hombre de pueblo (IV)


Yo no  aprendí a  leer hasta  que  cumplí ocho  años, aunque  he  de  decir  que  para  cuando fui  a la  escuela ya tenía  siete  años y me costaba  pronunciar mi nombre, porque  empezaba  por "R". Algunos niños de mi pueblo  se  reían  de  mí, porque  yo  no sabía  pronunciar "Roberto" y  decía "Dobeto". Pasaba  mucha vergüenza  cada vez que me preguntaban  cómo me llamaba.

Pero... aprendí a  pronunciar la "R",  aprendí   a decir mi nombre y  aprendí   a leer con  antiguas  cartillas.

Para mí, aprender  a leer fue  como irme  de vacaciones  a la isla más bonita  del mundo y  ahí  nació mi primera  obsesión, que no  fue otra  que   aprender  a escribir... lo que me llevó  a una  segunda  obsesión: no  cometer faltas  de ortografía. 

Cogía una ramita  de  aligustre y  escribía  en la  arena y  en la tierra. Por  aquel entonces, el mejor papel  que  llegaba  a mis  manos  era  aquel  entre marrón y gris, y bastante  áspero,  con el  que  se  envolvían los alimentos (entonces, las grandes industrias del plástico  estaban  todavía gestándose para invadir la Tierra).

Yo  escribía en los troncos  de los árboles, en las piedras,  en las uralitas  de la  cuadra  de las  vacas...  con un  clavo. Dibujaba mis iniciales (RAO).




Cuando  eres un niño  de pueblo,  en la  década  de  los 60, nadie te  decía  que leer era importante, porque lo urgente   enterraba  a lo importante. En  eso no  hemos  cambiado  nada, sigue pasando.

De niño nunca  tuve  libros bonitos para leer y tampoco  encontré  a nadie  que  me  prestara un libro bonito para leer,  eran otros  tiempos. Y  en  mi casa no había  dinero, porque  mi padre  era  un  derrochador.

En  el  chalet  de  Iza (la  finca  que   está  sobre la Playa La Arena, y que  hoy  es una  Residencia  para  personas mayores), un lugar maravilloso e inolvidable para mí al que  accedía a  diario, porque  mi  tío Ipe era  su jardinero y guardian, robaba  algunas  revistas y las leía... Algunas eran  francesas y tenían  fotografías  de  chicas  desnudas. Yo me  entrometía  en el mundo  de los  ricos... 

El primer libro  que leí  fue "Miau", una novela  de Benito Pérez Galdós, y lo hice  para un  trabajo  escolar  de Literatura,  cuando ya  estaba  acabando  el  bachiller de la época. Esta novela  contemporánea me  empezó  pareciendo un tostón, pero acabó  gustándome.


Luego, lei "La familia  de Pascual  Duarte" de  Cela y llegué a las "Rimas y Leyendas"  de Bécquer y  "El  Jardinero" de Rabindranath Tagore. Estos  dos últimos  me fascinaron, los leía una y otra vez, me los aprendía  de memoria, le daba  vueltas   a las frases y  a los versos y ... despertaron  en mí   la fascinación por  escribir.

Escribo para mí, para mis  amigos y  amigas  cercanos, para  personas  anónimas  que  me  siguen, para  mis  alumnos y  alumnas... escribo  historias  sencillas sobre mí mismo y mis experiencias  de  vida... y  me he  dado  cuenta lo importante  que  es la lectura.

Mi padre   apenas  sabía  firmar y  no  sabía sumar o  restar,  aunque  tenía  sus modos  de  hacer  cálculos. Por tanto,  se puede  decir  que  era  analfabeto. Así y  todo,   resignado,  he  de  decir  que  eso  era de lo menos malo  que  tenía. Mi  difunta ama,  antzeko-parezido, pero  se  defendía leyendo. Mi  ama  Teresa  siempre  luchó para  que  yo   aprendiera. Lo  que  soy  se lo  debo  a ella. 

Y ahora, cada vez más, me gusta leer historias cortas, relatos, poemas... no  suelo leer libros al  uso, porque  el  tiempo se me  escapa volando. Pero... me  encanta  escribir.

Hoy os  presento mi primer microrrelato para  adultos:


"MI  VECINA  DEL   7º  A"


Se rumorea  que mi vecina  del 7º A corre maravillosamente.

Decora  sus  piernas  con  unas mallas grises que  se  le ciñen tan bien que los ojos de quien la  mira se clavan en  su culo de  escultura griega. Viste sujetadores  deportivos  de vivos colores,  que permiten imaginar sus pechos  al desnudo.

Su melena azabache  flota con el  viento y te  enamora.

El hip hop que vibra  en sus  auriculares blancos deja  huellas  de besos al pasar.

La semana pasada parecía tener novio. Ayer  la  vi con otro. Hoy, un chulo musculoso con  BMV  descapotable parecía querer  comérsela  a  lametazos de lobo hambriento.

Confieso  que vecina  del  7ª A me  tiene  descentrado. Hoy me ha mirado y sonreído.

A mi padre sí  que le gustaban las "chicas de ojos verdes  con un negocio entre las piernas", pero yo  soy un hijo desheredado.

Imágenes  capturadas  en la  red.
Cualquier parecido entre  esta historia y la  realidad  sería pura  coincidencia



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1 comentario:

  1. Qué variedad de textos más enriquecedora. Mi vecina tiene 93 años y cada vez que me ve me sigue diciendo que he crecido y que estoy más guapo. No sé si la prefiero en comparación a la tuya pero proponle ser su pareja... de pala.

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