jueves, 25 de junio de 2020

Historias de un hombre de pueblo (III)

     Rober Areizaga Ollobarren,  un alférez  del ejército  español  en  1983.     
Seguro  estoy  de que la gran mayoría  de la  gente  que me  conoce desconoce que yo  fui alférez  del  ejército  español. Sí, lo  fui, que  60  años parecen que  han pasado muy pronto, sobre todo  cuando  han pasado ya, pero  yo os  aseguro  que mis 60  años  han dado para mucho. Hoy  os hablaré de los miedos, secuelas y recuerdos  de "la puta mili".

Yo, un niño  de pueblo, en un  pueblecito  de  apenas  20 casas y 100 habitantes, y  criado  en el  seno  de una  familia humilde, lastrada  por la tendencia  de mi padre  al  consumo  de alcohol y otros  vicios,  estuve  muy protegido por mi  ama Teresa, cuya principal razón  de vida y coraje  éramos  mi hermana y yo. Esa  protección o  sobreprotección  de mi  madre no  siempre   era bien  entendida y recuerdo oír que le  decían o me  decían delante  de ella muchas veces aquello  de "¡ay, ya verás  cuando tengas que ir  a la mili, qué mal lo vas  a pasar!".

Recuerdo  alguna vez ver llorar  a mi madre al retumbarle  en  su  cabeza  ese malicioso  comentario de alguna vecina que, como tenían   dinero y posibilidades, conseguían  que  su hijo se librara  del  servicio militar. Y  es que  corría  el  rumor en el pueblo  de que  en Sopuerta  había un  militar retirado que por,  según qué cantidad  de dinero,  hacía  que vinieras  destinado  a la batería militar de Punta Lucero,  con lo que podías  dormir  en casa, o que te pudieras, directamente, librar  de la mili. Mi madre Teresa, en  sus  sollozos,  decía: --"¡qué mala  es la gente! Ellos,  como  tienen  dinero, pagan para que  su hijo  no tenga  que ir  a la mili y  luego  vienen  donde mí a meterme  miedo para  cuando  tengas que ir tú..."
    Mi ama Teresa y mi hermana Mari Nieves,  sentadas en una mesa  al aire libre, bajo un pino, en la  casa  familiar de La Arena. Mi ama está  comiendo un bocadillo y  encima  de la mesa,  dos  tomates  de la huerta.     
Si hay  algo  en  esta  vida  que he hecho por  obligación  fue ir al  servicio militar,  es  decir, a la mili. Si  es verdad  que  ya  a inicios  de la  década  de los  años  80 empezaba  a haber objetores  de conciencia y  jóvenes que  se  negaban a hacer  el  servicio militar obligatorio, pero se consideraba  delito y la pena  era  de cárcel. A mí tener que ir  a la mili, la verdad,  me  asustaba, me daba un poco  de miedo; pero  me parecía un mal menor  en comparación  con lo  que  te  podía pasar  si  te negabas. Y  de la  cárcel ya  sabía,  que  mi  padre y mi  abuelo  habían  estado   entre  rejas. Yo  quería  vivir libre.
En la  vida  hay  que tener  suerte y yo la  tuve por tener un  amigo  que  veraneaba   aquí,  en La Arena, en  el  4º F  del  nº  21,  el primer  edificio  de pisos  que  se  construyó  en mi pueblo. Era  Jose (José Antonio  Becerro Pellitero), sobrino  de Emerio,  que  durante  años  regentó  el  Mesón  Aitona (hoy,  Maloka). Jose, cuyos padres  eran emigrantes  leoneses, era un  joven  de categoría: educado,  honesto, legal, sincero,  prudente... una buena persona como pocos  he  conocido; pero,  además, tenía un plus: ser  de Bilbao;  es  decir,  era  más  maduro que  nosotros, los  jóvenes  de pueblo. Jose  era  buen  estudiante,  tenía  cultura además  de educación y nos  convertimos  en inseparables  en  aquellos  años... solíamos ir  a   andar  por la playa, por la  orilla  del  agua, y también   jugábamos   a las damas (no  era  sencillo  encontrar   aquí  en  el pueblo  alguien  con  quien  echar unas buenas partidas   a las  damas; que  yo  recuerde,  sólo lo pude hacer  con  Jose y, años más tarde,  con Pedromari Sañudo). Jose, ¡joer,  no tengo  ni una  puñetera  fotografía  con él!,  era  estudiante  de Empresariales y  él  me habló  de las milicias universitarias, de la posibilidad  de hacer la mili   en partes,  durante  los  veranos, para  que  fuera más llevadera. Él  era  un poco mayor  que  yo y se apuntó   en el IMEC y  la hizo  de  sargento. Su  experiencia  me   ayudó y me  decidió  a ir por  esa  vía  a la  mili. Fue un  enorme  acierto y  se lo  debo a  Jose,   a quien  solamente habré  visto una vez  en los últimos  30  años,  pero  al que jamás olvidaré. Fue un  amigo  con  mayúsculas.

Las milicias universitarias eran,  como  os  he  dicho,  una  manera  de prestar  el  servicio militar obligatorio para los  estudiantes universitarios que ya habían  concluido, al menos,  los  dos primeros  cursos  de universidad. Superando  pruebas  de acceso (médicas,  físicas y psicotécnicas), tenías  la etapa de Instrucción en un  CIR (Centro  de Instrucción  de Reclutas),  que  en mi caso  fue  en  Araca (Araba), durante los tres meses  del  verano  de 1981; la etapa  de  Academia  Militar,  que  yo  hice  en la de Infantería  de Toledo  en  el  otoño  de 1981 también; y,  finalmente,  superadas  esas  tres fases, ibas a hacer prácticas  durante  6 meses en un  cuartel,  de  sargento  o alférez,  dependiendo  de la  nota tras las dos primeras  etapas, y  que  en  mi  caso  fue  en el  Cuartel  del  Regimiento  Militar de Zamora.
Cabía  la opción de hacer todo  el  servicio  en  tres  años (dos veranos +  seis meses  seguidos)  o  en  dos años (seis meses y  seis meses, con un  tiempo  en medio,  que  podía  ser  de  medio o un  año completo). Yo  opté por  esta ultima.
En  esta  modalidad  de mili, los  aspirantes realizaban la instrucción militar  en la Escala  de Complemento hasta  que  el  ejército  español se profesionalizó. Su  nombre  fue IPS (Instrucción Premilitar  Superior),  entre 1942 y 1972; IMEC (Instrucción Militar Escala  de Complemento),  entre  1972 y 1991;  y, hasta  su  disolución  en 2001, SEFOCUMA (Servicio  de Formación  de Cuadros  de Mando).   En  el  Ejército  del  Aire  era  algo  diferente. Yo  conozco las generalidades  del Ejército  de Tierra.
Yo  hice la mili  en tres tramos, además  de la  fase previa de pruebas  de  acceso  a IMEC.
* Julio,  agosto y  septiembre  de 1981: Instrucción  de Reclutas  en  Araca (Vitoria--Gasteiz, Araba).
* Octubre, noviembre y  diciembre  de 1981: Academia  Militar  de Infantería  de Toledo.
* De enero  a junio  de  1983:  Regimiento  Nº 35  de Zamora,  ya  como  ALFÉREZ.
Conservo  la  chapa metálica de IMEC

Para  mí, un  auténtico  niño  de pueblo,  la mili  fue  llevadera en la fase  de  instrucción  de  reclutas  de Araca (Vitoria-Gasteiz); muy  dura  en los tres meses que pasé  en la Academia  Militar  de Infantería  de Toledo, sobre  el  río Tajo,   enfrente  de la  ciudad; y un tiempo  de  una gran  experiencia  en los  seis meses  de alférez  en Zamora.
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     Imágenes  de la ACADEMIA  DE INFANTERÍA  en TOLEDO, capturadas de Internet con  fines ilustrativos.     
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Aquellos tres  meses  en la Academia  Militar (Toledo) fueron un  auténtico horror. Yo  contaba  los  días, no los  que   pasaba  allí,  sino los  que  me  quedaban  por pasar.  Esos meses  fueron muy duros para mí. La vida  militar me  superaba, no la  comprendía; psicológicamente acabé al límite. Pero  resistí, no  me  podía  rendir. Lloré,   sufrí, grité y  escribí lo  que  sentía; pero todo en  silencio. No podía    compartir  lo  que  pensaba de la  vida  militar, porque me    podía perjudicar. No podía permitir que nadie me  oyera  gritar,  así  que  lo hacía  cuando  estaba  solo  de guardia  en una garita alejada.  No podía   dejar  que nadie  me  viera  llorar, así  que  lo  hacía  escondido  entre las sábanas  de mi litera. Tres meses  me parecieron una eternidad. Sin duda, una  de las épocas más  duras  de mi  vida,  si no... la  que más.

Al  salir  de  allí   intenté olvidarlo  todo. Me  costó. Pero  lo he olvidado casi  todo.  No  recuerdo  el nombre  de ninguno  de los  compañeros que  tuve  allí.  No  recuerdo ni un  solo  nombre  de mis  mandos;  quise borrarlo  todo  de  mi  cabeza. Durante  muchos  años,  soñaba  con Toledo;  me  despertaba  asustado y no  sabía  si   era un  sueño  o  si  era  realidad. Eran  terribles pesadillas. Yo  cumplí  mis  22 años  en Toledo...  realizando unas maniobras militares de  tres  días.
Tengo   esta  fotografía que he  querido  conservar  de mi  22  cumpleaños,  en  1981
Si me  queréis identificar  soy  el tercero  de pie por la  derecha.
He  de confesar que  de mi  etapa  en Toledo  me  ha quedado una  secuela psicológica. Ya  nunca  he podido  dormir una  noche  entera, sin  despertarme y  sin levantarme por las  noches. El  estado  de nerviosismo  e inquietud que  viví fue  el  causante.

En  Toledo   me  contagié  de hongos  en los pies. Me  costó  meses curarlos. Recuerdo que mi  suegra,  Maruja,  me ponía con toda su paciencia y  todo  su  cariño palanganas  de agua hervida  con  romero, para  que  los  metiera un rato a ver  si  se me  quitaba  aquel  insufrible  picor.

Recuerdo alguna vez estar  de guardia  en  alguna  garita  apartada en la meseta y,  con  miedo  de que  me pudieran pillar en un  cambio  de guardia o una  visita  sorpresa,  tenía  que   quitarme las  botas  militares para   arrascarme los pies   y que  el picor  se me aliviara,  también  al tenerlos  al  aire. Llegaba  a arrancarme la piel de entre los  dedos   de tanto  picor.

Recuerdo  también una  noche  de maniobras en  el  campo,  completamente  a oscuras, corriendo  por unas  zonas  de  campos de almendros,  arroyos  completamente  secos y  plantaciones  de  algún  cereal, corriendo para  completar las órdenes,  me  tropecé  con una alambrada,  caí y  la parte metálica del  cetme (fusil  de asalto, arma  del  soldado)  me  golpeó  fuertemente  la  cabeza   ocasionándome un  corte de varios  centímetros.
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Yo  era  consciente  de lo que me jugaba y en Toledo  me planteé  la supervivencia. Al  fin y  al  cabo, tres meses  se pasan pronto, aunque  a mí  se me hicieron eternos. Teníamos  opciones  de salir  algunas tarde  a la  ciudad  de Toledo,  pero  yo  solamente  lo hice una vez en tres meses. Prefería  quedarme  y estudiar porque los  exámenes  teóricos eran  duros. Durante  años  conservé los libros que  tuve...


Había que  estudiar táctica y logística militar,  leyes y  reglamentos de la justicia militar, armamento... Por las mañana teníamos  instrucción  en el  campo y prácticas  militares. Después,  clases teóricas.  Y en  el  tiempo libre,  estudiaba para  aprobar y, gracias  a  ese  esfuerzo,  aprobé. Muchos  de mis  compañeros  salían  por la tardes  a la  ciudad  de Toledo,  pero yo  me  quedaba  a estudiar  en el  cuartel. Y los  fines  de semana muchos  se iban  a sus  casas,  pero  yo no lo  hacía. Creo  que solamente  vine una vez,  en el puente  de  la Inmaculada.   Era  viaje  largo y tampoco  disponía  de dinero para  pagarlo,  así  que  me  quedaba  en la  academia  y  estudiaba.


Los tres meses  de la Academia Militar  de Infantería fueron la  parte  dura  de mi mili. Los tres meses  en Vitoria-Gasteiz (Araca) fueron los  que pasaba  cualquier  otro recluta, aunque  a nosotros  se nos  exigía más. Era normal,  no íbamos  a ser  después  soldados,  sino suboficiales (sargentos) u  oficiales (alféreces)

Yo  soy  el  de la izquierda,  saludando  con la  gorra en la mano.

De Araca, además  de la  foto  de la   Jura  de Bandera, que nunca  he enseñado  a nadie que no fuera de la familia, tengo esta medalla de  recuerdo. Ya lleva  casi  40  años  conmigo. Detrás  de ella hay una  historia  que  me  gusta  recordar.  Quiero  contarla para los  seguidores  de haixeder.

Allí  estábamos los que ya habíamos  pasado unas  exigentes pruebas  físicas para llegar  a IMEC y al  final  del período  de instrucción  había una  especie  de olimpiadas  militares.  En  mi  compañía me inscribí  en las  carreras  de velocidad (60 m) y  fondo (1.000 m) y,  ante la  sorpresa  de  todos, incluido  mi  capitán,  vencí  en ambas  pruebas.  El  capitán  de mi  compañía vino a hablar  conmigo y  me  dijo  que  nunca  se había dado  el caso  de que un mismo soldado venciera  en la prueba  de  velocidad y  en la  de fondo,  que  era  algo  inaudito, porque  los  velocistas  no  son  fondistas y los  fondistas  no   tienen  velocidad suficiente  como para imponerse en una  prueba  tan  corta (60 m.). Se interesó  por mí,  quiso  saber  de dónde  era,  a qué me  dedicaba... estuvo un rato   conmigo y  me  dijo  que ordenaría  me  dieran  el  fin  de  semana  libre. Después,  me  preguntó   a ver  en  cual  de las  dos pruebas  quería  correr  representando a nuestra  compañía  en las finales de las olimpiadas militares y yo, inocente  de mí,  le  dije  que  en las dos.  Me  dijo  que  eso  era imposible, por norma, y  que  debía  elegir. Entonces, le  dije  que   lo  que  él  me  ordenara. Y  me  mandó a la  de  60 m (velocidad pura), porque  decía  que  en 1.000 m (fondo) había  otros que  podían  hacer buen papel también.
Lógicamente,  entre las  compañías  había piques y  todos queríamos  ganar. Un  compañero  que  estaba federado  en atletismo y al  que yo  había ganado me dejó sus zapatillas  de clavos, porque  decían  que    eran mejores  que  mis  viejas  zapatillas. Yo nunca  había  corrido  con  zapatillas  de clavos.

Llegado  el  día, el favorito para  la medalla  de oro era uno de otra  compañía,  de Portugalete, con  cuerpo  de velocista, impresionantes  cuadriceps, que   estaba  federado  en atletismo y  que,  se  decía,  que iba a ganar  de calle. En  el  calentamiento me  miraba   sonriente, me preguntó  si  yo  corría  federado y le  dije  que no y  se  sonrió. Era    altivo, ya  he olvidado  hasta  su apellido. Antes  de  salir me  dijo "tú no puedes ganarme a  mí, pesas 60 kg y  eres  super  delgado, para  ser velocista  hay  que tener  cuerpo". Y prosiguió: "me han  dicho  que  nunca  has  corrido  con   clavos".  Yo  no  decía  nada, era un  niño  de pueblo en un cuartel  militar y  estaba   asustado.

Mis  compañeros  de compañía me  animaban:  "gánale,  es un puto  chulo". Sonó  el  disparo y  salí  disparado,  fui  a su par  y  le  superaba a metros  de la  meta. Entonces, intencionadamente,   me  dio un manotazo  en el  brazo  y  me  desequilibró y  entramos  en  meta  que  no  se  sabía quién había  ganado. Le  dieron  ganador  a él. Mis  compañeros    abuchearon y mi  capitán  me  felicitó  por la carrera. Yo le  dije: "Mi  capitán, me ha  hecho  trampa,  me ha pegado un manotazo para  desequilibrarme porque  le iba  a ganar". El  capitán me contestó: "Lo  sé,  pero  no  quiero  decir  nada, porque   es mejor  así."

El  de Portugalete  vino  después  a  saludarme,  sonriente, y  me  dijo: "sí  que  eres  rápido, casi  me ganas" Y  yo le  respondí: "La medalla  de oro es para  ti; pero  el  triunfo lo he  conseguido yo". Creo que no  me entendió la ironía.

Ahí  me  di  cuenta  que   a mis  20 años aún me faltaba  mucha picardía para ir  por  el mundo... pero  ese  día  perdí una carrera y  aprendí una lección.
Escudo y  estandarte de mi uniforme  que también  conservo 
(en  mi  foto  de inicio  los llevo  en  la manga  y  bolsillo derechos).

Y tras pasar  por  AracaToledo, tras  seis meses  de preparación  conseguí   ser alférez. Ser alférez (quien  ha hecho  la mili  lo  sabe  bien)  no es cualquier  cosa. Un alférez es un oficial y se codea  con los tenientes y capitanes. Debajo  suyo  están los  brigadas,  los  sargentos (también los  sargentos  1ª),  los  cabos (también los  cabos  1ª) y  los  soldados.

Un  alférez lleva una  estrella  de  6 puntas  en  su  gorra y en  sus  hombreras y  pistola.   Actúas  como  oficial  de guardia,  tienes  acceso  al  bar  de oficiales,  al  que  acuden  los militares  de mayor  graduación (comandantes,  tenientes  coroneles...) y pasas  revista   a los  soldados cuando  estás de oficial  de  semana, para  darle  novedades  al  capitán. Y  también   das permisos  para  salir de paseo  y  para irse  de fin  de  semana  a casa. Yo, que soy  antimilitarista, que  me  asustan las  armas, me  siento  orgulloso  de haber   sido  alférez  del  ejército durante  seis meses, porque  viví   experiencias  muy    bonitas, inolvidables. Estos  seis meses  en Zamora (Regimiento  de Infantería DCC Toledo nº  35,  22 Compañía) fue mi parte   feliz  de la  mili.
También  guardo  el  vale  que  me valió para  recoger  el  chaquetón 2/4

Mis  mejores  recuerdos   de la  mili  los  guardo  de  mi etapa  de alférez.  Viví  los  6 meses en  Zamora,  en un pequeño  apartamento que   alquilé  encima  de la plaza  del  mercado,  en un  recodo  de la  calle Santa  Clara, una de las  más   importantes  de la capital  zamorana,  que  era  el  eje  social  de la  capital. Estuve  allí  del  1  de  enero  al  30  de junio  de  1983.
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Yo  viajé  en  bus a  Zamora el  1  de  enero (festivo)  y pasé  noche  allí para  presentarme   en  el  cuartel  al  día  siguiente Cuando llegué  al  cuartel me presenté  al  oficial  de guardia, que  me mandó  pasar  al  bar  de oficiales. De  pronto  me vi  rodeado  por  militares  de altas graduaciones,  con  sus  uniformes impolutos,  sus estrellas... impresionaba  mucho, la verdad.  Entró un teniente (dos estrellas  de  6 puntas), con  bigote y una pistolita con  cachas  de la  bandera  española  en  su  cinturón y  preguntó  en  voz  alta: "¿Ha llegado  ese  alférez  de  Bilbao de la  ETA  que  nos  iban a   mandar?".  Muchos  se rieron y me miraron. ¡Joder!,  yo  me   acojoné,  me  empezaron  a entrar  sudores y  no  me  atrevía  a levantar  de la  cabeza... cuando     el  teniente se  acercó  y  me  dio la mano: "Soy  el teniente  CRSP,  me  dijo, y  estamos  en la  misma  compañía, la  22".  Bueno, me  relajé un poquito. Luego  se presentaron  los tenientes GT y  MNJN, los otros  dos  tenientes  de la  22,  al  mando  del  capitán MRC.
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Eran  militares, pero  eran  también personas,  y  me  ayudaron  siempre.  Creo  que  se  dieron cuenta  que  era un inocente  estudiante  de pueblo. Nunca supe  entablar  amistad  con  ellos, pero  sí  que hubo  respeto,  cordialidad y  buenos  consejos por  su parte. Nunca  les  he  vuelto a  ver,  peor  guardo  buen recuerdo  de  ellos. GT  era  teniente  de academia,  altivo,  pero un  militar  profesional que  conocía  bien cada  paso. MNJN  era  de la  escala  de complemente,  es  decir,  alguien  como  yo  que  había ido  de alférez,  le había  gustado y  se había  reenganchado  en el  ejército. En  ocasiones,  me pareció  excesivamente  exigente y  duro  con los  reclutas. Y  CRSP  era gallego, zorrete,  bromista... cuando  se  enteró  que  me gustaba  el  frontón,   me  empezó  a llevar  a jugar  a frontenis (raqueta y pelota  de tenis) y  cuando  vio  que  jugaba  bien  empezó  a desafiar  a otros mandos  de otras  compañías... fueron  buenos  ratos...
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En  Zamora  estuve  muy bien. Yo  ya  me había  casado  con Mari  Carmen en  1982 (en  el período  entre  las etapas  de mili  de 1981 y  1983),  y cuando puede  alquilé un  apartamento  pequeñito  en Zamora, a 15´ andando  del cuartel, y  Mari  Carmen   viajó  a  Zamora y  estuvimos  viviendo esos  meses  allí.  Yo   acababa  en  el  cuartel  a las  cinco  de la tarde,  no  siendo cuando  me  tocaba   estar  de Oficial  de Guardia (24 h  seguidas);  así  que  por las tardes  podíamos  pasear,  tomar  algo,  cenar  una hamburguesa (a  veces,  en un local de la  capital coincidíamos  con mi  capitán  y  su  esposa).  La  comodidad  de  estar  de oficial (alférez) y  la presencia  de  mi  chica allí me  hacía   estar  muy bien,  dentro  de que  a mí no me gustaba   la  vida  militar.
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Ser  alférez tenía  muchas  ventajas y mi  capitán  me  cogió  cariño. Vio  en mí un oficial  diferente  a sus tres  tenientes.  Me  encargó  ordenarle  su  biblioteca  en su  despacho  en la  Compañía. Le hice un  listado ordenado  de libros,  clasificándoselos por temas y   me  felicitó  por mi trabajo. Yo, para  entonces  ya  había  hecho un  cursillo  de  bibliotecario, porque  era un  trabajo  que  me   gustaba. Los  tenientes,  a veces, me bromeaban diciéndome  que  con el  capitán  tenía  enchufe,  que  a ellos  les  mandaba  al  campo  y   a mí  me   dejaba  haciéndole  listado  de sus  libros.

Cuando  estaba  de oficial  de  semana (una  semana  al  mes) podía  ser   bastante  permisivo con  los  soldados  de mi  compañía y,  a la hora  de pasar  revista para  salir por las  tardes, pues,  se notaba  que  yo  no  era  militar.  Los  soldados lo  sabían  y aprovechaban  para  salir y  tomarse unos  tragos, porque  sabían  que  si no la liaban  parda, yo  no  iba a  tomar  medidas.

Y los  viernes  era yo  quien  decidía  quiénes  se iban a  sus  casas. En ocasiones, incluso  podía  concederles  algún  día  extra o  que  salieran  antes  del  cuartel,  por  cuestiones  de combinaciones  de  viajes,  etc... Yo, siempre  que  no  me la  jugase yo,  era  muy flexible y  los  soldados   me   agradecían   el  trato.

Estando  de  alférez, le  tocó  en mi  compañía  a un soldado que era de Sanfuentes (flecha  roja) y,  en lo  que  estuvo  en mi mano,  le  ayudé. En  la imagen  de arriba, perteneciente a una semana  en la  que  estaba  de guardia,  anotaba en  qué  situación  estaba  cada uno  de los  soldados   a mi  cargo.
Cuando terminamos la mili, coincidimos algunas  veces... pero a Guti  llevaba  muchos  años  sin verle y... la  vida, a  veces,  tiene unas  coincidencias increíbles... resulta  que  hace unos meses le veo aparecer en  mi colegio  de Karrantza,  llevando  el  camión  de gasoil para  la  calefacción. Y...¿claro!  no pude  dejar  pasar la ocasión  y  hacernos una  fotografía.

Después,  poco  antes  de aparecer el  dichoso coronavirus coincidimos  Amaia y yo con  Guti y  su mujer un  día paseando  en la Playa La Arena y nos  emplazamos para  quedar un  día y  tomar un  café juntos, para  recordar las  historias  de la puta  mili... 

Estas  son las  hombreras  de alférez. Las  verdes son las  del uniforme  de campaña (diario) y las  rojas  son  del uniforme  de gala. Las  sigo  conservando  entre mis  recuerdos.
Esta  hoja  es la  de mi último  día  de Oficial  de Guardia antes  de licenciarme. Tenía a mi  cargo un cabo 1 ª,  dos  cabos y  24  soldados (más otro  cabo y  12  soldados  más  de refuerzo),  que  iban  turnándose  en las  guardias  de las garitas que  rodeaban el  regimiento y  también en la  entrada al  cuartel y  calabozos.

Una  de las  anécdotas  que  más me gusta  contar  de mi  etapa  de alférez es cuando iba andando por las  calles  de  Zamora,  del  cuartel  a mi  casa o  viceversa, que  siempre iba  uniformado, y  me   tropezaba  con   guardias civiles también uniformados.  Como  yo  era  oficial  del  ejército, se cuadraban,  me  saludaban militarmente y  me  decían: "A sus órdenes,  mi alférez". A  mí  eso  me satisfacía, porque  había tenido  alguna  experiencia  desagradable   (creo  que cuando  solicitaba  las prórrogas militares  en el  cuartel  de  Sanfuentes) con  algunos   de los  guardia  civiles que   estaban  allí, que  me   trataban  incorrectamente, la verdad. Y  que  en  Zamora  los  guardia  civiles  estuvieran  (circunstancialmente por  ser alférez) por  debajo  de mí, pues me gustaba y  me  chocaba,  al  mismo  tiempo.
Estando  en  Zamora  tuve unos  días  de maniobras  en el Campamento de Monte  La Reina, cerca  de Toro. Y  de  esa  experiencia, que  apenas  recuerdo ya nada,  guardo ese listado  de la imagen  superior donde aparece mi nombre.
Hay  momentos que  en la mili  se hacen  cosas interesantes, pocos, pero los hay, como  fue  la  visita   a varios monumentos que  hice en marzo,  a varias iglesias y  museos,  con un total  de  35 cabos y soldados, cinco  de cada una  de las  compañías  de mi  Regimiento. De  esa  salida  cultural  también  he  guardado  la hoja.
Los  días  en  el  cuartel  eran  de bastante  rutina y cada uno  teníamos  nuestra  labor. Yo tenía una  escuadra de soldados,  que iban  cambiando  según los  reemplazos, y  a los  que  les  daba formación militar  sobre la ametralladora,  concretamente  la  MG-42, que  desmontábamos pieza   a pieza y  volvíamos   a montar. Era un  arma  poderosa, con  una cadencia  de  tiro  que  podía  alcanzar los  1.300 disparos por  minuto, con una  distancia  de alcance  efectivo  de  1.200 metros y 4.000 metros  de alcance  máximo. Pesaba  casi  12 kg y su longitud  pasaba  del  metro. El  cargador  era una  cinta metálica  reutilizable  de  eslabón  abierto,  de 50  a  250  cartuchos.
La  MG 42  fue una  ametralladora  temible,  desarrollada por el ejército  alemán  en la  2ª Guerra  Mundial. No  sólo  fue  un arma  de infantería,  sino  que fue  utilizada por  casi  todos los  modelos  de vehículos y blindados militares germanos. Yo he  disparado  munición de fogueo  con  la  MG 42 y,  ciertamente,   se me ponía la piel  de gallina,  me  daba miedo y  me impresionaba  la  velocidad  de disparo. En  1983  conocía cada  una  de las piezas  de  esta  ametralladora,  sus nombres, cómo  se   armaba y  desarmaba y  mi labor  era instruir  a los  soldados  de mi  compañía  en  su  uso.
Hoy,  todo  eso  está  ya  absolutamente  borrado    de mi memoria.
También llegué   a conocer  esta  pistola,  a manejarla  y  a disparar  con  ella en  varias  ocasiones. No me  agradaba   hacerlo,  me intimidaba  bastante, pero  tenía  que  disimularlo, evidentemente. Durante  mis  6 meses  de alférez la portaba  en  mi cartuchera diariamente  y  no  solamente  dentro  del  cuartel  del  Regimiento  DCC Toledo  Nº 35,  sino  en mi  recorrido  del cuartel  a casa y  viceversa,  de algo más  de  1 km. Los  militares  profesionales  llevaban pistolas  mucho más  manejables y  diminutas. En mi  compañía, el teniente  GT llevaba una   muy  pequeñita, llamaba la atención  de lo  pequeña  que  era; y  el  teniente  CRSP llevaba una    con la bandera  española  dibujada  en  sus  cachas blancas (me llamaba   la  atención).

El CETME es  conocido por todos lo que  hemos hecho la mili,  era  el fusil estándar.
A los soldados  se les instruía en  su uso y, sistemáticamente, se hacían  ejercicios con él, habiendo que conocer sus  diferentes posiciones mediante las tablas  de  esgrima siempre  acompañadas  de una  voz  de  mando/ejecución (yo  usaba la típica: "ar"), como la de la  imagen inferior: prevengan armas, rodilla en  tierra, en  guardia, culatazo  vertical, golpe  de arresto...

El  subfusil  era un  arma ligera y manejable. Era  atractiva, pero  con como  todas  ellas, yo nunca me  sentí  a gusto.

Conservo,  así mismo,  como  recuerdo, algunos croquis y mapas utilizados  en marchas, como  ésta  de octubre  de 1981 en  Toledo,  de más  de 20 km.

Afortunadamente, la mili dejó  de ser obligatoria  años más tarde y el  ejército  se profesionalizó.

Seguramente,  la anécdota más recordada de mi mili es la que os  voy a contar  ahora. Cuando  estabas  24 h  de Oficial  de Guardia, de  8 h   de la mañana  de un  día  a las 8 h  del  día  siguiente, al  terminar, tenías que pasar por  el hospital y visitar  a los  soldados  que  estaban  allí, por  enfermedad o  accidente. Yo lo  hice y,  al  acabar,  bajé corriendo las  escaleras y  quise  salir rápidamente para casa para  disfrutar  de 24 h libres. Pero me pasó  que no  vi una  gran  cristalera y  me  di  de bruces contra ella,  saliendo  rebotado  hacia  atrás y  cayendo patas  arriba. Me moría  de vergüenza.  Vestido  de militar,  con pistola y   sin ver  que  allí había  una cristalera. Temblaba   la enorme luna  contra la que  me  estrellé y  por un  instante  creí  que me iba a  caer  encima. Me  dolía  toda la cara y me  asusté  mucho, pero me levanté  como un  resorte y   salí corriendo, mientras la gente  me preguntaba  si  estaba  bien. Seguí  corriendo por el parking y miré para  atrás, por si  alguien  seguía mirándome... y,  sí,  seguían mirándome.  Hice  el  ridículo y  pasé mucha vergüenza. No  es lo mismo  contarlo  que  vivirlo.

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