Escuchad este poema, escrito en homenaje a Antonio Machado. Os lo recomiendo porque a mí me han cautivado su letra y el sentimiento de la voz femenina que lo recita. Su primer verso quiere coincidir con el primer verso de uno de los más conocidos poemas de Antonio Machado ("Anoche cuando dormía").
Habla de los sueños. Y de esas ocasiones en las que tú te acuestas queriendo soñar con una persona que significa mucho para ti; y sueñas con muchas cosas, agradables o no, pero no consigues soñar con esa persona. Entonces, te despiertas un tanto abatido, triste, vacío, como si te faltara algo.
Es un poema bellísimo y le he pedido a Ehari Alakano Unibaso que se lo aprenda y lo interprete con esa fuerza y maestría que nos embauca y deleita.
En estos tiempos en que vivimos, much@s jóvenes ocupan su tiempo con la Play Station, compartiendo unas litronas en el parque, o fumándose unos canutos mientras escuchan rap en sus lonjas comunitarias, whatsappeando con sus móviles...
Yo también tuve juventud y, aunque ya hace mucho tiempo de eso, aún me acuerdo. A mí me gustaba escuchar en la radio los programas deportivos, ver en televisión los documentales de naturaleza, hacer puzzles, jugar a fútbol y a pala, coleccionar todo tipo de cosas, escribir cartas a l@s amig@s y leer poesía... En esas cosas empleaba mi tiempo; aparte de procurar estudiar, que me agobiaba bastante. Y salía poco, la verdad, la situación familiar no me lo permitía. No tuve mucho, pero comprendía y aceptaba la realidad que me rodeaba, por lo que era feliz con poco. Me sentí pobre en cosas materiales, pero rico en sentimientos.
En mi casa nunca faltaron razones para estar triste. Y me refugiaba en la poesía para combatir esa tristeza, y también la obligada soledad, la incomprensión, el sufrimiento de ver sufrir a mi madre, la impotencia de sentir que era sólo un niño y que no podía hacer nada para cambiar la situación.
Y empecé a leer a Rabindranath Tagore, a Gustavo Adolfo Bécquer, a Antonio Machado...
Rober junto a Antonio Machado en Segovia, como queriendo hablar con él.
Antonio Machado, fue un hombre sensible que hablaba consigo mismo, (como yo); que escribía poemas a la lluvia, a un árbol viejo, a los sueños, a los sentimientos... y les dedicaba versos a sus amigos. Los poemas de Antonio Machado me daban esperanza, y la esperanza es imprescindible cuando necesitas fuerza para caminar entre las dificultades.
Ahora ya no soy joven. "He andado muchos caminos" y he conocido a "buenas gentes" que, por desgracia, ya "descansan bajo tierra". Y después de casi 40 años, sigo teniendo respeto y admiración por Antonio Machado y algunos de sus poemas. Mis alumn@s lo saben, lo ven en mí cuando les hablo de él.
"Era un niño que soñaba",
uno de mis poemas preferidos de Antonio Machado, relata una bellísima historia.
Uno de mis alumnos, Angel Fernandez Llamosas, la recita bastante bien ya.
Uno de mis alumnos, Angel Fernandez Llamosas, la recita bastante bien ya.
¿Quién no ha escuchado alguna vez eso de...
"caminante no hay camino, se hace camino al andar; al andar se hace camino
y al volver la vista atrás se la senda que nunca se ha de volver a pisar" ? Si ya el poema era inmortal, cantautores como Joan Manuel Serrat lo han hecho más popular aún.
"caminante no hay camino, se hace camino al andar; al andar se hace camino
y al volver la vista atrás se la senda que nunca se ha de volver a pisar" ? Si ya el poema era inmortal, cantautores como Joan Manuel Serrat lo han hecho más popular aún.
http://www.youtube.com/watch?v=DHQ-_bf9NFI&feature=player_embedded
El olmo es un árbol que se plantaba antiguamente en plazas y puntos de reunión de pueblos y ciudades. Una terrible plaga, la grafiosis, que ha matado a más de mil millones de olmos en todo el mundo, 6 millones de ellos en España. Esta enfermedad que comenzó a mediados del siglo XIX y rebrotó hace unos treinta años y ha matado al 95 % de los que sobrevivieron; quedando, en la actualidad tan sólo dos ejemplares: uno en Velilla del Río Carrión (Palencia), de 15 m de altura y 120 cm de diámetro; y el otro, llamado Olmo de San Andrés, en Olmedo (Valladolid), con una altura de 18 m y 143 cm de diámetro en su tronco.
Este árbol, cuyos enormes troncos secos se pueden aún ver en muchos lugares de Castilla, se ha hecho mítico tambín gracias al poema que Antonio Machado dedicó a un ejemplar de Soria.
"Yo voy soñando caminos", otro de los poemas inmortales de Antonio Machado.
Quizás, queráis saber algo más de Antonio Machado. En este vídeo se mencionan las hechos más relevantes de su vida. La vida de un poeta siempre marca su poesía.
Antonio Machado también escribió unos versos a "el amor de una madre". Quizás, para él, como para tant@s otr@s, su madre era una persona esencial en su vida, llena de valores que son muy importantes saber trasmitir a l@s hij@s; porque una madre sabe entender, apoyar y perdonar como nadie puede hacerlo. Decía que "no hay ningún otro amor terrenal más grande que el amor de una madre"
Rober sentado junto a la puerta de la casa en la que vivió Antonio Machado
entre 1919 y 1932, hoy reconvertida en museo homenaje al poeta.
La tierra de Alvargonzález
Se trata de un famoso Romancero dedicado a Juan Ramón Jiménez, compuesto por diez partes
divididas a su vez en diversos romances enumerados. Antonio Machado asegura que
estos romances «miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al libro
Primero de la biblia, llamado Génesis». El
poema ocupa cerca de la mitad del compendio con 712 versos.
La historia trata de una familia labriega de cinco
miembros en la provincia de Soria. Los dos hermanos mayores heredarán las
tierras del padre. El tercer hijo se niega a hacerse religioso y marcha a las
Indias. El padre de la familia es asesinado por los dos hijos mayores y arrojado en la Laguna Negra. Al menor, al regresar de las
Indias, le informan de lo sucedido. La fortuna de los hermanos asesinos, de
mientras, ha menguado mucho. El indiano finalmente les compra las tierras que
enseguida se vuelven fecundas. La aparición del espectro del padre hace
resurgir en los asesinos el miedo y la vergüenza. El Romancero termina con la
muerte de los hijos parricidas, precisamente, una noche en la Laguna Negra.
Era tal la predilección que tenía por este poeta que en bachiller tenía que hacer un trabajo de literatura y escogí este cuento-leyenda-romance escrito por Antonio Machado a finales de 1911:
"La tierra de Alvargonzález"
I
Siendo mozo Alvargonzález,
dueño de mediana
hacienda,
que en otras tierras
se dice
bienestar y aquí
opulencia,
en la feria de
Berlanga
prendose de una
doncella,
y la tomó por mujer
al año de conocerla.
Muy ricas las bodas
fueron,
y quien las vio las
recuerda:
sonadas las
tornabodas
que hizo Alvar en su
aldea;
hubo gaitas,
tamboriles,
flauta, bandurria y
vihuela,
fuegos a la
valenciana
y danza a la
aragonesa.
II
Feliz vivió Alvargonzález
en el amor de su
tierra.
Naciéronle tres
varones,
que en el campo son
riqueza,
y, ya crecidos, los
puso,
uno a cultivar la
huerta,
otro a cuidar los
merinos,
y dio el menor a la
Iglesia.
III
Mucha sangre de Caín
tiene la gente
labriega,
y en el hogar
campesino
armó la envidia
pelea.
Casáronse los mayores;
tuvo Alvargonzález
nueras,
que le trajeron
cizaña,
antes que nietos le
dieran.
La codicia de los campos
ve tras la muerte la
herencia;
no goza de lo que
tiene
por ansia de lo que
espera.
El menor, que a los latines
prefería las
doncellas
hermosas y no gustaba
de vestir por la
cabeza,
colgó la sotana un
día
y partió a lejanas
tierras.
La madre lloró, y el
padre
diole bendición y
herencia.
IV
Alvargonzález ya
tiene
la adusta frente
arrugada;
por la barba le
platea
la sombra azul de la
cara.
Una mañana de otoño
salió solo de su
casa;
no llevaba sus
lebreles,
agudos canes de caza;
iba triste y pensativo
por la alameda
dorada;
anduvo largo camino
y llegó a una fuente
clara.
Echose en la tierra, puso
sobre una piedra la
manta,
y a la vera de la
fuente
durmió al arrullo del
agua.
El sueño
I
Y Alvargonzález veía,
como Jacob, una
escala
que iba de la tierra
al cielo,
y oyó una voz que le
hablaba.
Mas las hadas
hilanderas,
entre las vedijas
blancas
y vellones de oro,
han puesto
un mechón de negra
lana.
II
Tres niños están jugando
a la puerta de su
casa;
entre los mayores
brinca
un cuervo de negras
alas.
La mujer vigila, cose
y, a ratos, sonríe y
canta.
—Hijos, ¿qué
hacéis?—les pregunta.
Ellos se miran y
callan.
—Subid al monte, hijos míos,
y antes que la noche
caiga,
con un brazado de
estepas
hacedme una buena
llama.
III
Sobre el lar de Alvargonzález
está la leña apilada;
el mayor quiere
encenderla,
pero no brota la
llama.
—Padre, la hoguera no
prende,
está la estepa
mojada.
Su hermano viene a ayudarle
y arroja astillas y
ramas
sobre los troncos de
roble;
pero el rescoldo se
apaga.
Acude el menor y
enciende,
bajo la negra campana
de la cocina, una
hoguera
que alumbra toda la
casa.
IV
Alvargonzález levanta
en brazos al más
pequeño
y en sus rodillas lo
sienta:
—Tus manos hacen el
fuego;
aunque el último
naciste,
tú eres en mi amor
primero.
Los dos mayores se alejan
por los rincones del
sueño.
Entre los dos
fugitivos
reluce un hacha de
hierro.
Aquella tarde...
I
Sobre los campos desnudos,
la luna llena
manchada
de un arrebol
purpurino,
enorme globo,
asomaba.
Los hijos de
Alvargonzález
silenciosos
caminaban,
y han visto al padre
dormido
junto de la fuente
clara.
II
Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le
aborrasca
el rostro, un tachón
sombrío
como la huella de un
hacha.
Soñando está con sus
hijos,
que sus hijos lo
apuñalan,
y cuando despierta
mira
que es cierto lo que
soñaba.
III
A la vera de la fuente
quedó Alvargonzález
muerto.
Tiene cuatro
puñaladas
entre el costado y el
pecho,
por donde la sangre
brota,
más un hachazo en el
cuello.
Cuenta la hazaña del
campo
el agua clara
corriendo,
mientras los dos
asesinos
huyen hacia los
hayedos.
Hasta la Laguna
Negra,
bajo las fuentes del
Duero,
llevan el muerto,
dejando
detrás un rastro
sangriento;
y en la laguna sin
fondo,
que guarda bien los
secretos,
con una piedra
amarrada
a los pies, tumba le
dieron.
IV
Se encontró junto a la fuente
la manta de
Alvargonzález,
y camino del hayedo,
se vio un reguero de
sangre.
Nadie de la aldea ha
osado
a la laguna
acercarse,
y el sondarla inútil
fuera,
que es la laguna
insondable.
Un buhonero que
cruzaba
aquellas tierras
errante,
fue en Dauria
acusado, preso
y muerto en garrote infame.
V
Pasados algunos meses,
la madre murió de
pena.
Los que muerta la
encontraron
dicen que las manos
yertas
sobre su rostro
tenía,
oculto el rostro con
ellas.
VI
Los hijos de
Alvargonzález
ya tienen majada y
huerta,
campos de trigo y
centeno
y prados de fina
hierba;
en el olmo viejo,
hendido
por el rayo, la
colmena,
dos yuntas para el
arado,
un mastín y mil
ovejas.
Otros días
I
Ya están las zarzas floridas
y los ciruelos
blanquean;
ya las abejas doradas
liban para sus
colmenas,
y en los nidos, que
coronan
las torres de las
iglesias,
asoman los garabatos
ganchudos de las
cigüeñas.
Ya los olmos del
camino
y chopos de las
riberas
de los arroyos, que
buscan
al padre Duero,
verdean.
El cielo está azul,
los montes
sin nieve son de
violeta.
La tierra de
Alvargonzález se
colmará de riqueza;
muerto está quien la
ha labrado,
mas no le cubre la
tierra.
II
La hermosa tierra de
España,
adusta, fina y
guerrera
Castilla, de largos
ríos,
tiene un puñado de
sierras
entre Soria y Burgos
como
reductos de
fortaleza,
como yelmos
crestonados,
y Urbión es una
cimera.
III
Los hijos de
Alvargonzález,
por una empinada
senda,
para tomar el camino
de Salduero a
Covaleda,
cabalgan en pardas
mulas,
bajo el pinar de Vinuesa.
Van en busca de
ganado
con que volver, a su
aldea,
y por tierra de
pinares
larga jornada
comienzan.
Van Duero arriba,
dejando
atrás los arcos de
piedra
del puente y el
caserío
de la ociosa y
opulenta
villa de indianos. El
río,
al fondo del valle, suena,
y de las cabalgaduras
los cascos baten las
piedras.
A la otra orilla del
Duero
canta una voz
lastimera:
«La tierra de
Alvargonzález
se colmará de
riqueza,
y el que la tierra ha
labrado
no duerme bajo la
tierra.»
IV
Llegados son a un
paraje
en donde el pinar se
espesa,
y el mayor, que abre
la marcha,
su parda mula
espolea,
diciendo: —Démonos
prisa;
porque son más de dos
leguas
de pinar y hay que
apurarlas
antes que la noche
venga.
Dos hijos del campo, hechos
a quebradas y
asperezas,
porque recuerdan un
día
la tarde en el monte
tiemblan.
Allá en lo espeso del
bosque
otra vez la copla
suena:
«La tierra de
Alvargonzález
se colmará de
riqueza,
y el que la tierra ha
labrado
no duerme bajo la
tierra.»
V
Desde Salduero el camino
va al hilo de la
ribera;
a ambas márgenes del
río
el pinar crece y se
eleva,
y las rocas se
aborrascan,
al par que el valle
se estrecha.
Los fuertes pinos del
bosque,
con sus copas
gigantescas
y sus desnudas raíces
amarradas a las
piedras;
los de troncos
plateados
cuyas frondas
azulean,
pinos jóvenes; los
viejos
cubiertos de blanca
lepra,
musgos y líquenes
canos
que el grueso tronco
rodean,
colman el valle y se
pierden
rebasando ambas
laderas.
Juan, el mayor,
dice:—Hermano,
si Blas Antonio
apacienta
cerca de Urbión su
vacada,
largo camino nos
queda.
—Cuanto hacia Urbión
alarguemos
se puede acortar de
vuelta,
tomando por el atajo,
hacia la Laguna
Negra,
y bajando por el
puerto
de Santa Inés a
Vinuesa.
—Mala tierra y peor
camino.
Te juro que no
quisiera
verlos otra vez.
Cerremos
los tratos en
Covaleda;
hagamos noche y, al
alba,
volvámonos a la aldea
por este valle, que,
a veces,
quien piensa atajar
rodea.
Cerca del río cabalgan
los hermanos, y
contemplan
cómo el bosque
centenario,
al par que avanzan,
aumenta,
y los peñascos del
monte
el horizonte les
cierran.
El agua que va
saltando,
parece que canta o
cuenta;
«La tierra de
Alvargonzález
se colmará de
riqueza,
y el que la tierra ha
labrado
no duerme bajo la
tierra.»
Castigo
I
Aunque la codicia tiene
redil que encierre la
oveja,
trojes que guardan el
trigo,
bolsas para la
moneda,
y, garras, no tiene
manos
que sepan labrar la
tierra.
Así, a un año de
abundancia
siguió un año de
pobreza.
II
En los sembrados crecieron
las amapolas sangrientas;
pudrió el tizón las
espigas
de trigales y de
avenas;
hielos tardíos
mataron
en flor la fruta en
la huerta,
y una mala hechicería
hizo enfermar las
ovejas.
A los dos
Alvargonzález
maldijo Dios en sus
tierras,
y al año pobre
siguieron
luengos años de
miseria.
III
Es una noche de
invierno.
Cae la nieve en
remolinos.
Los Alvargonzález
velan
un fuego casi
extinguido.
El pensamiento
amarrado
tienen a un recuerdo
mismo,
y en las ascuas
mortecinas
del hogar los ojos
fijos.
No tienen leña ni
sueño.
Larga es la noche y
el frío
mucho. Un candilejo
humea
en el muro
ennegrecido.
El aire agita la
llama,
que pone un fulgor
rojizo
sobre entrambas
pensativas
testas de los
asesinos.
El mayor de
Alvargonzález,
lanzando un ronco
suspiro,
rompe el silencio, exclamando:
—Hermano, ¡qué mal
hicimos!
El viento la puerta
bate,
hace temblar el
postigo,
y suena en la
chimenea
con hueco y largo
bramido.
Después el silencio
vuelve,
y a intervalos el
pabilo
del candil
chisporrotea
en el aire aterecido.
El segundo dijo: —¡Hermano,
demos lo viejo al
olvido!
El viajero
I
Es una noche de invierno.
Azota el viento las
ramas
de los álamos. La
nieve
ha puesto la tierra
blanca.
Bajo la nevada, un
hombre
por el camino
cabalga;
va cubierto hasta los
ojos,
embozado en negra
capa.
Entrado en la aldea,
busca
de Alvargonzález la
casa,
y ante su puerta
llegado,
sin echar pie a
tierra, llama.
II
Los dos hermanos oyeron
una aldaba a la
puerta,
y de una cabalgadura
los cascos sobre las
piedras.
Ambos los ojos
alzaron
llenos de espanto y
sorpresa.
—¿Quién es?,
responda—gritaron.
—Miguel—respondieron
fuera.
Era la voz del
viajero
que partió a lejanas
tierras.
III
Abierto el portón, entrose
a caballo el
caballero
y echó pie a tierra.
Venía
todo de nieve
cubierto.
En brazos de sus
hermanos
lloró algún rato en
silencio.
Después dio el
caballo al uno,
al otro capa y
sombrero,
y en la estancia
campesina
buscó el arrimo del
fuego.
IV
El menor de los
hermanos,
que niño y aventurero
fue más allá de los
mares
y hoy torna indiano
opulento,
vestía con negro
traje
de peludo terciopelo,
ajustado a la cintura
por ancho cinto de
cuero.
Gruesa cadena formaba
un bucle de oro en su
pecho.
Era un hombre alto y
robusto,
con ojos grandes y
negros
llenos de melancolía;
la tez, de color
moreno,
y sobre la frente
comba
enmarañados cabellos;
el hijo que saca
porte
señor de padre
labriego,
a quien fortuna le
debe
amor, poder y dinero.
De los tres
Alvargonzález
era Miguel el más
bello;
porque al mayor
afeaba
el muy poblado
entrecejo
bajo la frente
mezquina;
y al segundo, los
inquietos
ojos que mirar no
saben
de frente, torvos y
fieros.
V
Los tres hermanos
contemplan
el triste hogar en
silencio;
y con la noche
cerrada
arrecia el frío y el
viento.
—Hermanos, ¿no tenéis
leña?
—dice Miguel.
—No tenemos
—responde el mayor.
Un hombre,
milagrosamente, ha
abierto
la gruesa puerta
cerrada
con doble barra de
hierro.
El hombre que ha
entrado tiene
el rostro del padre muerto.
Un halo de luz dorada
orla sus blancos
cabellos.
Lleva un haz de leña
al hombro
y empuña un hacha de
hierro.
El Indiano
I
De aquellos campos malditos,
Miguel a sus dos
hermanos
compró una parte, que
mucho
caudal de América
trajo,
y aun en tierra mala,
el oro
luce mejor que
enterrado,
y más en mano de
pobres
que oculto en orza de
barro.
Diose a trabajar la tierra
con fe y tesón el
indiano,
y a laborar los
mayores
sus pegujales
tornaron.
Ya con macizas espigas,
preñadas de rubios
granos,
a los campos de
Miguel
tornó el fecundo
verano;
y ya de aldea en
aldea
se cuenta como un
milagro
que los asesinos
tienen
la maldición en sus
campos.
Ya el pueblo canta una copla
que narra el crimen
pasado:
«A la orilla de la
fuente
lo asesinaron.
¡Qué mala muerte le
dieron
los hijos malos!
En la laguna sin
fondo
al padre muerto
arrojaron.
No duerme bajo la
tierra
el que la tierra ha
labrado.»
II
Miguel, con sus dos
lebreles
y armado de su
escopeta,
hacia el azul de los
montes,
en una tarde serena,
caminaba entre los
verdes
chopos de la
carretera,
y oyó una voz que
cantaba:
«No tiene tumba en la
tierra.
Entre los pinos del
valle
del Revinuesa,
al padre muerto
llevaron
hasta la Laguna
Negra».
La casa
I
La casa de Alvargonzález
era una casona vieja,
con cuatro estrechas
ventanas,
separada de la aldea
cien pasos y entre
dos olmos
que, gigantes
centinelas,
sombra le dan en
verano
y en el otoño hojas
secas.
Es casa de labradores,
gente, aunque rica,
plebeya,
donde el hogar
humeante
con sus escaños de
piedra
se ve sin entrar, si
tiene
abierta al campo la
puerta.
Al arrimo del rescoldo
del hogar
borbollonean
dos pucherillos de
barro,
que a dos familias
sustentan.
A diestra mano, la cuadra
y el corral; a la
siniestra,
huerto y abejar, y al
fondo,
una gastada escalera,
que va a las
habitaciones
partidas en dos
viviendas.
Los Alvargonzález moran
con sus mujeres en
ellas.
A ambas parejas, que
hubieron,
sin que lograrse
pudieran,
dos hijos, sobrado
espacio
les da la casa
paterna.
En una estancia que tiene
luz al huerto, hay
una mesa
con gruesa tabla de
roble,
dos sillones de
vaqueta,
colgado en el muro un
negro
ábaco de enormes
cuentas,
y unas espuelas
mohosas
sobre un arcón de
madera.
Era una estancia olvidada
donde hoy Miguel se
aposenta.
Y era allí donde los
padres
veían en primavera
el huerto en flor, y
en el cielo
de mayo, azul, la
cigüeña
—cuando las rosas se
abren
y los zarzales
blanquean—
que enseñaba a sus
hijuelos
a usar de las alas
lentas.
Y en las noches del verano,
cuando la calor desvela,
desde la ventana al
dulce
ruiseñor cantar
oyeran.
Fue allí donde Alvargonzález,
del orgullo de su
huerta
y del amor de los
suyos,
sacó sueños de
grandeza.
Cuando en brazos de la madre
vio la figura risueña
del primer hijo,
bruñida
de rubio sol la
cabeza
del niño que
levantaba
las codiciosas,
pequeñas
manos a las rojas
guindas
y a las moradas
ciruelas,
o aquella tarde de
otoño
dorada, plácida y
buena,
él pensó que ser
podría
feliz el hombre en la
tierra.
Hoy canta el pueblo una copla
que va de aldea en
aldea:
«¡Oh casa de
Alvargonzález,
qué malos días te
esperan;
casa de los asesinos,
que nadie llame a tu
puerta!»
II
Es una tarde de otoño.
En la alameda dorada
no quedan ya
ruiseñores;
enmudeció la cigarra.
Las últimas golondrinas
que no emprendieron
la marcha,
morirán, y las
cigüeñas,
de sus nidos de
retamas
en torres y
campanarios,
huyeron.
Sobre la casa
de Alvargonzález, los
olmos
sus hojas, que el
viento arranca,
van dejando. Todavía
las tres redondas
acacias,
en el atrio de la
iglesia,
conservan verdes sus
ramas,
y las castañas de
Indias
a intervalos se
desgajan
cubiertas de sus
erizos;
tiene el rosal rosas
grana
otra vez, y en las
praderas
brilla la alegre
otoñada.
En laderas y en alcores,
en ribazos y en
cañadas,
el verde nuevo y la
hierba,
aún del estío
quemada,
alternan; los
serrijones
pelados, las lomas
calvas,
se coronan de
plomizas
nubes apelotonadas;
y bajo el pinar
gigante,
entre las marchitas
zarzas
y amarillentos
helechos,
corren las crecidas
aguas
a engrosar el padre
río
por canchales y
barrancas.
Abunda en la tierra un gris
de plomo y azul de
plata,
con manchas de roja
herrumbre,
todo envuelto en luz
violada.
¡Oh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de
España,
tierras pobres,
tierras tristes,
tan tristes que
tienen alma!
Páramo que cruza el lobo
aullando a la luna
clara
de bosque a bosque,
baldíos
llenos de peñas
rodadas,
donde roída de
buitres
brilla una osamenta
blanca;
pobres campos
solitarios
sin caminos ni
posadas,
¡oh pobres campos
malditos,
pobres campos de mi
patria!
La tierra
I
Una mañana de otoño,
Juan y el indiano
aparejan
las dos yuntas de la
casa.
Martín se quedó en el
huerto
arrancando hierbas
malas.
II
Una mañana de otoño,
cuando los campos se
aran,
sobre un otero, que
tiene
el cielo de la mañana
por fondo, la parda
yunta
de Juan lentamente
avanza.
Cardos, lampazos y abrojos,
avena loca y cizaña
llenan la tierra
maldita,
tenaz a pico y
escarda.
Del corvo arado de roble
la hundida reja
trabaja
con vano esfuerzo;
parece
que al par que hiende
la entraña
del campo y hace
camino,
se cierra otra vez la
zanja.
“Cuando el asesino labre
será su labor pesada;
antes que un surco en
la tierra,
tendrá una arruga en
la cara”.
III
Martín, que estaba en la huerta
cavando, sobre su
azada
quedó apoyado un
momento;
frío sudor le bañaba
el rostro.
Por el oriente,
la luna llena,
manchada
de un arrebol
purpurino,
lucía tras de la
tapia
del huerto.
Martín tenía
la sangre de horror
helada.
La azada que hundió
en la tierra
teñida de sangre
estaba.
IV
En la tierra en que ha nacido
supo afincar el
indiano;
por mujer a una
doncella
rica y hermosa ha
tomado.
La hacienda de Alvargonzález
ya es suya, que sus
hermanos
todo le vendieron: casa,
huerto, colmenar y
campo.
Los asesinos
I
Juan y Martín, los mayores
de Alvargonzález, un
día
pesada marcha
emprendieron
con el alba, Duero
arriba.
La estrella de la mañana
en el alto azul
ardía.
Se iba tiñendo de
rosa
la espesa y blanca
neblina
de los valles y
barrancos,
y algunas nubes
plomizas
a Urbión, donde el
Duero nace,
como un turbante
ponían.
Se acercaban a la fuente.
El agua clara corría,
sonando cual si
contara
una vieja historia
dicha
mil veces y que
tuviera
mil veces que
repetirla.
Agua que corre en el campo
dice en su monotonía:
«Yo sé el crimen; ¿no
es un crimen,
cerca del agua, la
vida?»
Al pasar los dos hermanos
relataba el agua
limpia:
«A la vera de la
fuente
Alvargonzález
dormía.»
II
—Anoche, cuando volvía
a casa—Juan a su
hermano
dijo—, a la luz de la
luna
era la huerta un
milagro.
Lejos, entre los rosales,
divisé un hombre
inclinado
hacia la tierra;
brillaba
una hoz de plata en
su mano.
Después irguiose y, volviendo
el rostro, dio algunos
pasos
por el huerto, sin
mirarme,
y a poco lo vi
encorvado
otra vez sobre la
tierra.
Tenía el cabello
blanco.
La luna llena
brillaba,
y era la huerta un
milagro.
III
Pasado habían el
puerto
de Santa Inés, ya
mediada
la tarde, una tarde
triste
de noviembre, fría y
parda.
Hacia la Laguna Negra
silenciosos
caminaban.
IV
Cuando la tarde caía,
entre las vetustas
hayas
y los pinos
centenarios,
un rojo sol se
filtraba.
Era un paraje de bosque
y peñas aborrascadas;
aquí bocas que bostezan
o monstruos de fieras
garras;
allí una informe
joroba,
allá una grotesca
panza,
torvos hocicos de
fieras
y dentaduras
melladas,
rocas y rocas, y
troncos
y troncos, ramas y
ramas.
En el hondón del
barranco,
la noche, el miedo y
el agua.
V
Un lobo surgió; sus ojos
lucían como dos
ascuas.
Era la noche, una
noche
húmeda, oscura y
cerrada.
Los dos hermanos quisieron
volver. La selva
ululaba.
Cien ojos fieros
ardían
en la selva, a sus
espaldas.
VI
Llegaron los asesinos
hasta la Laguna
Negra,
agua transparente y
muda
que enorme muro de
piedra,
donde los buitres
anidan
y el eco duerme,
rodea;
agua clara donde
beben
las águilas de la
sierra,
donde el jabalí del
monte
y el ciervo y el
corzo abrevan;
agua pura y
silenciosa
que copia cosas
eternas;
agua impasible que
guarda
en su seno las
estrellas.
—¡Padre! —gritaron;
al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco,
¡padre!
repitió de peña en
peña.
Mis 15 alumn@s de 6º de primaria con un libro que ya hemos leído sobre Antonio Machado: "Mi primer Machado"
Les voy a proponer a mis alumn@s trabajar estos y otros poemas de Antonio Machado e ir en primavera al instituto de secundaria (IES Karrantza) a recitarlos/interpretarlos ante el alumnado y profesorado de ESO, del que ell@s empezarán a formar parte el próximo curso.
Creo que podemos hacer un buen trabajo, aprender literatura de la lengua castellana, mejorar nuestras dotes de expresión oral, un campo muy amplio donde no sólo hay que saber recitar versos, sino hacer gestos, usar el tono de voz adecuado, sentir lo que se recita y hacerlo sentir a quien escucha..., es decir, sacarle provecho a la kinesia.
Por otra parte, puede ser como una carta de presentación para mis alumnos y alumnas ante l@s que serán sus nuevos compañer@s en los próximos cuatro años, un momento donde todos les valoren y les empiecen a respetar y estimar, por lo que valen, y no les etiqueten de "los más pequeños del insti".
Otro de mis libros sobre este gran poeta y un CD con poesías suyas recitadas por un maestro como es Francisco Valladares, un buen "amigo" para noches melancólicas.
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