
Yo, Rober Areizaga, que fui monaguillo en mi pueblo durante más de una década, en el día de la 1ª comunión.
De niño, cuando me preguntaban qué  quería ser de mayor, yo  decía que iba a ser cura-granjero. 
--¡Cura-granjero! ¿qué oficio  es  ese? --me  respondían  siempre, riéndose de mí, lo  cual  no me hacía ninguna gracia y  me hacía  sentir   mal (incomprendido).
Todo,  o casi  todo, tiene  una  explicación y  yo la tenía,  pero  como  muy bien  dijo "El  Principito" para los niños  es agotador  tener que  estar dando  y dando  explicaciones  a los mayores,  así  que  yo  no las daba; pero  yo  quería  ser cura-granjero.
Lo de querer ser granjero estaba claro de dónde me venía, porque en aquellos años (finales de la década de los años 60 y comienzos de los años 70), en mi pueblo, nuestras vidas giraban en torno a los animales del caserío y la huerta. Raro era quien no tenía cerca de una docena de vacas, algún burro, unas cabras u ovejas, conejos y gallinas, el cerdo...y también la huerta en la que plantábamos patatas, pimientos, tomates, berzas, coliflores, zanahorias, puerros, cebollas, lechugas, acelgas, ajos, alubias y habas, guisantes... y remolachas, nabos, maíz y calabazas para los animales; es decir, casi todo lo que se puede plantar en una huerta.
La verdad es que a mí los animales siempre me han llamado la atención y ya de niño me gustaban. Les poníamos nombres a cada uno de ellos y les cuidábamos con esmero, porque de ellos dependía en buena medida nuestra subsistencia o bienestar. Todavía recuerdo a las vacas Estrella, Negrita, Lucera, Pinta... o al gato Rubi.
Y lo de cura..., pues, creo que me vino, por un lado, de la religiosidad de mi tío Ipe, que era hermano de mi abuela Rafaela y, por otro, de mi admiración por Don Aurelio, un sacerdote sestaoarra de aquellos que se les decía "curas obreros", que en aquel entonces era el párroco de Zierbena y oficiaba misa todos los domingos a las 10 h de la mañana en la ermita de mi pueblo, la ermita de San Inazio de Loiola (entonces, San Ignacio de Loyola), la que tiene anexionada el frontis donde se juega el Torneo Maloka en julio.
Don Aurelio jugaba a fútbol con nosotros antes de la misa, en una zona de campa que había en la delantera de la ermita en aquel entonces, y yo le cogí mucho aprecio y cariño.
 ¡Lo  que  daría por tener una foto con Don Aurelio! ¡Y lo  que  daría por poder darle un  abrazo y  decirle  todo lo  que  sus  sermones influyeron  en mi  forma  de pensar! Algunas  viejas feligresas  de mi pueblo le  criticaban a sus  espaldas porque  solía   ir  a tomarse un  vino  a La Fonda (el  Maloka  de hoy  en día,  antes Bar Labanda y Meson Aitona) antes  de celebrar  la misa y, luego,  le  sonreían  al  comulgar;  pero  a mí  me pareció un  cura muy humano, un  sacerdote de categoría. Por  él,  por  su dignidad y su  compromiso  con  el pueblo, yo  me  convertí  en  monaguillo. Bueno,  y también  porque  me gustaba  fisgar y observar   a  la gente  que  iba  a misa y,  estando  de monaguillo, les veía las caras, los gestos  que hacían,  sabía  si  daban o no  daban  dinero  cuando  se pasaba  el  cepillo, la cara  que ponían   cuando iban  a comulgar o  si  se medio  dormían  con los  sermones  de Don Aurelio... Pero  esa historia y otras  de la iglesia... las  contaré otro  día... hoy  no  toca. Pero las contaré.
Lo de querer ser granjero estaba claro de dónde me venía, porque en aquellos años (finales de la década de los años 60 y comienzos de los años 70), en mi pueblo, nuestras vidas giraban en torno a los animales del caserío y la huerta. Raro era quien no tenía cerca de una docena de vacas, algún burro, unas cabras u ovejas, conejos y gallinas, el cerdo...y también la huerta en la que plantábamos patatas, pimientos, tomates, berzas, coliflores, zanahorias, puerros, cebollas, lechugas, acelgas, ajos, alubias y habas, guisantes... y remolachas, nabos, maíz y calabazas para los animales; es decir, casi todo lo que se puede plantar en una huerta.
La verdad es que a mí los animales siempre me han llamado la atención y ya de niño me gustaban. Les poníamos nombres a cada uno de ellos y les cuidábamos con esmero, porque de ellos dependía en buena medida nuestra subsistencia o bienestar. Todavía recuerdo a las vacas Estrella, Negrita, Lucera, Pinta... o al gato Rubi.
Y lo de cura..., pues, creo que me vino, por un lado, de la religiosidad de mi tío Ipe, que era hermano de mi abuela Rafaela y, por otro, de mi admiración por Don Aurelio, un sacerdote sestaoarra de aquellos que se les decía "curas obreros", que en aquel entonces era el párroco de Zierbena y oficiaba misa todos los domingos a las 10 h de la mañana en la ermita de mi pueblo, la ermita de San Inazio de Loiola (entonces, San Ignacio de Loyola), la que tiene anexionada el frontis donde se juega el Torneo Maloka en julio.
Don Aurelio jugaba a fútbol con nosotros antes de la misa, en una zona de campa que había en la delantera de la ermita en aquel entonces, y yo le cogí mucho aprecio y cariño.
En  esta  imagen de La Arena de  1980, se ve la ermita sin  frontón  aún y con un  trozo  de campa  delante. Yo  nací  y viví  en la casa  del centro, que  fue  en  esos años  remodelada, reformando  el  tejado, que  hasta  entonces era  de tejas, y alicatando las paredes con  azulejos. También  se observa la  finca  alrededor  de la casa donde  yo crecí y el terreno  de delante donde  ahora  está  el parque infantil.
En  aquellos  años,  los  zorros que había por Moreo recorrían el pueblo  en busca  de comida por la  noche y hacían  estragos, matándonos  algunas gallinas,  así  que mi padre  construyó un  gallinero de paredes  de ladrillos y  suelo  de cemento, junto  a la  cuadra  de las vacas, para  que las gallinas  se  resguardaran  de noche y no peligraran (en los gallineros  de tela metálica,  los  zorros  excavaban por  debajo y  se  colaban   al  gallinero). De día  no  había problema, los  zorros   no  salían  de sus madrigueras  en las  dunas  de arena de Moreo (¡cómo me gustaba  a mí  expiar las madrigueras  de los  zorros, metiéndoles una caña, pero también me daba miedo  por  si  el  zorro  salía de  repente,  al  sentirse  acorralado y...
Por  cierto... pese  a todo, sigue habiendo madrigueras  de zorros en Moreo.
De  día, las gallinas andaban  sueltas por la  finca  de la casa donde vivíamos y picoteaban por la  campa y  jardín,  comiendo   gusanas,  caracoles,  limacos, semillas... y ponían unos huevos  excelentes, alimento   que era muy recurrente  en  aquellos  años, porque un par  de huevos y unas patatas  fritas se valoraba  como  ahora  ir  a  comer   menú  del  día  al  restaurante.
Cuando se construyeron los primeros  edificios  en mi pueblo y vinieron  "veraneantes" y otras gentes a  vivir, además  de las habituales familias  del  camping, mi abuela y mi madre  vendían   huevos  de nuestras gallinas y así  teníamos  algo  de dinero para  comprar otros  alimentos básicos.
Las gallinas  eran  un  tesoro, nos  daban  de comer de una u otra manera. Por  eso  había  que  cuidarlas bien. Y yo  ya  me daba  cuenta  de lo  contentas que  se ponían mi  abuela y mi madre cuando  las gallinas  ponían   muchos  huevos y también  cuando  se quedaban  cluecas y  criaban pollitos.
A mí me gustaba  mucho ir  al gallinero y  coger los huevos  recién puestos,  calentitos y llevarlos  a casa,  antes  de que   los  ensuciaran o  rompieran, que,  a veces, las gallinas los picoteaban y  se los  comían. 
Así  que yo,  todas las mañanas antes  de ir a las  escuela, me metía  en el gallinero y cogía a las gallinas de una en una, ¡sin  confundirme,  que las  conocía  todas y cada una  de ellas!, las cogía  en brazos y  con  cuidado les metía  el  dedo meñique  por  el  culo para ver  si tenía  huevo para poner  ese  día. Una vez  que  miraba  todas las gallinas iba  corriendo adonde mi  madre y  le  decía  los huevos que  iban  a poner nuestras gallinas  ese  día. No  solía equivocarme.
Pero aquel  niño  de pueblo, fue  creciendo y no  fue cura-granjero. No  sin  dificultades,  penurias y  sufrimiento,  fue  estudiando y terminó  siendo   maestro  de pueblo, un oficio  extraordinario. Pero  antes fue  cartero,  recolector  de algas, peón  de una fábrica y otros  muchos oficios,  es  decir,  siguió  siendo pobre, pero  vivió  muy feliz,  pese  a todo. 
Mi primer trabajo oficial  fue  de CARTERO. ¡Sí,  yo  fui cartero  en  mi propio pueblo, ZIERBENA! y  fue un  oficio  que me  apasionó mientras  duró. Entonces,  y  durante  décadas, el  cartero  que  repartía  correspondencia  en Zierbena  era Fonso (Alfonso  Cabezas), de Gallarta,  que también  repartía pan. En  julio  de 1984 me  dijo  que  si  quería  sustituirle  durante  sus vacaciones  de verano (en  aquella  época era habitual  que el propio trabajador buscase un sustituto y  le ofreciera  a la  empresa). Fonso era un  señor  muy  agradable y  cordial y era el  suegro  de la hermana  de mi  gran  amigo de Magisterio, Txiki.  Y como para  aquellos  años ya había  venido a vivir a  mi pueblo  bastante gente  nueva, Fonso siempre me preguntaba   a mí quiénes  eran y  dónde  vivían y yo  le  decía. Creo  que eso  también le  ayudó a pensar en mí para  ser su  sustituto.
Durante  el invierno, Fonso  siempre llamaba a nuestra puerta porque yo  me  escribía  con mucha gente. El  invierno  en La Arena,  en aquellos  años,  era largo y,  a veces,  aburrido. Yo  me  entretenía  escribiendo  cartas  a todos los  amigos y  amigas  que  veraneaban  aquí. Y por  eso  siempre  tenía  cartas. Recuerdo una vez que me trajo  15  cartas  en  el  mismo  día (Fonso,  que  yo  recuerde,  por La Arena  venía tres  veces  a la  semana  a repartir,  a eso  de las  cinco y media  de la tarde). Yo  siempre   estaba  mirando  por la ventana  para ver  si llegaba  su  furgoneta y  salía  corriendo   a preguntarle  si tenía cartas para  mí.
El  1  de agosto  de 1984  fue mi primer  día  de trabajo  con  contrato. Trabajé  durante 37  días, hasta  el  6  de  septiembre. Como  se  especifica  en el  contrato  yo  era un CARTERO   en  BICICLETA. Diariamente, iba  desde mi casa hasta  la oficina  de Correos  en  Gallarta y  allí me entregaban la  correspondencia  de los  seis barrios  de Zierbena (El  Puerto, Valle, La Cuesta, San Mamés, Kardeo y La Arena). De vuelta  a casa  en bicicleta,  ordenaba  las cartas  por barrios y, luego, empezaba   a ir  de barrio  en barrio,  a  repartirlas. Era  muy  divertido  y  a mí  me hacía mucha ilusión, porque  así   conocía  mejor  a toda la gente  del pueblo, por nombre y  sabía  quién  vivía  en cada  casa.
En  aquellos  años todavía  no  existía  el  teléfono móvil (casi  no  había  ni teléfonos  en las casas  de Zierbena),  ni  existían las  formas  de comunicación  de ahora y  lo normal  era escribirse cartas. En  aquel  entonces las cartas  eran  muy bien  recibidas, porque  traían noticias  de amigos,  familiares, etc. Y  a mí me gustaba  llevárselas   a la gente  de Zierbena. Me  encantaba.
También tenía  que  mirar  en los buzones  que había  en los barrios y  llevar las cartas que  hubiera  a Gallarta al  día  siguiente. En  el  contrato  dice  que   recorría unos  22 km  diarios y  empleaba entre   4 y  5 horas  de trabajo en  el  reparto , de las que  dos  horas eran de oficina (la  distribución  de cartas  por barrios). Yo, generalmente,  no necesitaba tanto  tiempo ni para  ordenarlas, ni para  entregarlas.
Creo  que ganaba unas  30.000 pesetas  por  ese trabajo y  me daban un plus  por  llevar mi bicicleta,  270 pesetas más.
Pocos  días  después  de finalizar  este trabajo,  nació mi hijo David. Y  en  1985, Fonso  me lo  volvió  a ofrecer y  volví a trabajar  de cartero  en mi pueblo. También tengo  las  copias  del  contrato, sí. Los hombres  de pueblo  somos  así.
Pero  esas 30.291 pesetas  de sueldo + el  complemento  de 270 pesetas  por  repartir las cartas  con mi  bicicleta no  fue,  en  realidad, mi primer sueldo, porque  yo ya había  ganado   dinero  antes, aunque  no  consta  en mi  VIDA LABORAL.  Sé que  os voy  a sorprender y  prometo  contarlo  en mi próximo  escrito. Un  año  antes de mi primer sueldo  de cartero, yo ya  estuve  cobrando durante  6 meses, más  de 40.000 pesetas  mensuales. ¿A qué no os imagináis quién me pagaba?  El  Ejercito Español.
Continuaré...
...yo quiero dejar mis historias de hombre de pueblo escritas...
...no me avergüenzo de contarlas...
...siento que tengo muchas curiosidades y emotivas historias que contar...
...y, además, veo que, sorpresiva e inesperadamente, reciben más visitas que mis reportajes del frontón. ¡Increíble!
Es por  ello  que,  muy  sinceramente, quiero  daros las gracias  a todos y  todas.
...yo quiero dejar mis historias de hombre de pueblo escritas...
...no me avergüenzo de contarlas...
...siento que tengo muchas curiosidades y emotivas historias que contar...
...y, además, veo que, sorpresiva e inesperadamente, reciben más visitas que mis reportajes del frontón. ¡Increíble!
El  reportaje  que  hice  en  2012 sobre  refranes  vascos,  cuyo  enlace  os inserto seguidamente, (https://haixeder.blogspot.com/2012/09/atsotitzak-edo-esaera-zaharrak.html), sigue  siendo lo más visitado  de haixeder y  me garantiza que, aunque no publique nada,  el  contador  de visitas  no  deja  de  subir, porque  sé  que  ese compendio  de refranes  se usa  en  escuelas y  euskaltegis.
La publicación  sobre poesías  en  Euskera para trabajar  con niños y niñas también  está  siempre  entre las más  visitadas, porque  cuando la hice  no había gran  cosas en la  red  sobre  un recurso  que   es muy interesante  en las  escuelas (https://haixeder.blogspot.com/2012/09/euskal-olerkiak-eskolarakoak.html).
Aparte  de algunos  reportajes como  uno  sobre los  Dinosaurios,  que   roza las 5.000 visitas ya, (https://haixeder.blogspot.com/search?q=dinosaurios), normalmente,  son las publicaciones  del Torneo  Maloka las que  encabezan  cada  año las listas  de visitas,  superando  cada una  de ellas  las  2.000. Por  eso  me ha  sorprendido mucho  que mis  reflexiones e historias  de un  hombre  de pueblo  se metan   ahí  arriba,  consiguiendo  esas  2.000 visitas  en   escasas  semanas.
ESKERRIK  ASKO!



































 


