lunes, 13 de marzo de 2023

Mis sueños son los recuerdos del pasado

Mis sueños no me  dejan dormir, me persiguen  en la noche, y en plena oscuridad me asustan todavía más. 

Mis  sueños  me despiertan; a veces,  llorando y,  a  veces,   gritando, pero  siempre  asustado.  Para  que  me libere de la energía negativa y su  ronroneo me serene y tranquilice, acaricio a mi gato ARGI.

A menudo sueño  con mi padre.

Siempre le veo  borracho, insultando, amenazando con matar  a mi  madre, con los cuchillos en la mano. Siempre le veo  con su puro farias en la boca, fumado y masticado, abriendo el frigorífico y  comiendo  con las manos, sin calentar siquiera la  cazuela, tragando el pollo  que  estaría frío, a cuatro grados, tirándome los huesos para   que no me  quedase dormido en  aquel maldito rincón de la  cocina de mi casa de antaño, hasta  donde  me  llega  el  asqueroso olor a alcohol que  desprende mientras  habla de todo lo que le  quieren las  prostitutas  del  Abeto  Rojo santurtziarra o  de La  Casa de La Pradera muskiztarra.

Me doy  cuenta de que mis  sueños no son sueños espontáneos, son pesadillas, son los recuerdos del pasado.

Le veo  ahorcando  al perro con un alambre,  pegando patadas a los gatos, dando puñetazos a vacas y ovejas, clavando la horquilla a la burra para que  tire más fuerte del carro. Me cuesta soportarlo. 

Escucho los golpes en la puerta de la casa,  en mitad de la madrugada. Tengo que  bajar  corriendo las  escaleras  para  que no la  tire  abajo, me da tanto miedo  abrirle, descalzo, medio temblando.

Me despierto,  me levanto y miro a la calle para  romper con el  sueño, pero  si  vuelvo  a la cama y  me vuelvo  a dormir, mi  sueño continúa, mi sueño se repite, vuelvo  al mismo  sueño, vuelvo  al  sufrimiento de mi niñez con un padre que  se  parecía más a un neardenthal que a un  ser humano.

Quiero quedarme despierto, no quiero   volver   a dormirme y    tener el mismo  sueño.

Los miedos de  mi infancia pesan más que los años de vida.

No puedo matar mis sueños.

Tendría  que haberle matado a él. Él muerto y enviado al infierno y  yo vivo.   Tal vez,  en paz descansaría. Tal vez,  no  soñaría  este  sueño  todas las noches  de  cada uno de mis días.

No quiero  soñar  con mi pasado. Quiero matar los sueños y que  queden  en el cementerio, para  siempre, muertos y  enterrados.

Siempre le veo rebuscando en los armarios para  robarnos  el escaso dinero que  teníamos escondido, guardado, porque él lo gastaba  todo  en  vino, en putas, dejándolo    tirado por los bares, encendiendo  sus puros con billetes de mil pesetas, mientras mi madre no tenía  ni para  comprarme unos  zapatos. ¿Sabéis lo que  puede sufrir una madre cuando no  tiene ni para comprar a su hijo, para que vaya a la escuela, unos zapatos? (*)

Siempre le veo lanzándose al suelo,  atrapando aquel  sagutxu que  salió de la despensa, y  partiéndolo en dos de un mordisco, escupiendo  la mitad al  suelo, con la sangre y  las  tripas cayendo por  sus labios. Yo lo vi, lo recuerdo, lo   sueño... vosotros ni siquiera  podréis  imaginarlo.

Siempre le veo matando a  aquel burrito a puñetazos, en medio del  camino a Kardeo, porque  el burrito de la campa de Moreo se había  escapado. Era una tarde de  domingo. La playa llena de turistas, cerca de la casa de valenciana. El burrito  acabó  descuartizado, lo metió  en sacos y lo trajo  a casa para que mi madre lo metiera  en la nevera.

Siempre le veo  prendiendo  con su puro la alfrombra, tirando los  cuadros, siempre haciendo daño. Con mi abuela muerta  en la  sala y queriendo  coger  su cadáver y  tirarlo a la carretera que junto a la casa  estaba. Nosotros llorando, nosotros gritando, él disfrutando.

     LA POBREZA NO TIENE PERDÓN A LOS  DIEZ  AÑOS...     

(no dejes de ver el vídeo, merece la pena, de verdad)

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