lunes, 25 de enero de 2021

La paja, la brasa y la alubia (Hermanos Grimm)


En una linda casita de un frondoso bosque vivía una mujer muy limpia y hacendosa.

Una mañana se dispuso a preparar la comida y echó un puñado de alubias en el puchero, a la vez que  avivaba más el  fuego, sirviéndose, como de costumbre, de un puñado de paja seca, lo que hacía levantarse rápidamente las llamas y prender mejor en los maderos de encima.

Luego, ya todo dispuesto, fue al establo a ocuparse de ordeñar a su única vaca... 

La buena mujer no había  advertido que al poner las judías en el puchero, una se le  cayó al suelo, junto a una brizna de paja, arrastrada hasta  allí por un soplo de viento.

A poco, y por estar el fuego muy vivo, saltó una pequeña ascua del hogar, cerca de la alubia y la pajita. Como la brasa era muy alegre y desenvuelta, dijo:

—Creo que los tres hemos escapado de una buena. La paja y yo  estaríamos ya  convertidas en humo y ceniza y tú, alubia, engordando y engordando en el agua para ir a parar al fin al estómago de tu ama... Y eso nos ocurrirá si nos encuentra aquí  cuando venga...

De mutuo acuerdo, la paja, la brasa y la  alubia decidieron correr mundo y librarse  así del peligro que les amenazaba.

Dicho y hecho.

Abandonaron la casa y se internaron en el bosque.

Y anda que te  andarás llegaron hasta la orilla de un profundo río, donde se detuvieron.

—No podremos  cruzarlo —dijo la brasa—. Yo me  apagaré, tú, paja, te mojarás y romperás y la judía se hinchará.

—Busquemos un puente o una pasarela —propuso la alubia.

Fue  en vano. No había nada que permitiera cruzar la  corriente de agua.

De pronto, la paja exclamó:

—¡Qué torpes somos! Yo seré el puente. Me pasáis por encima y luego tiráis fuerte de mí.

—¡Buena idea! —aprobó la brasa con entusiasmo—. Tiéndete  ahora mismo que yo seré la primera...

Así lo hicieron, pero...

¡Oh, fatalidad!

La paja  estaba muy seca y el  ascua todavía muy ardiente. Además, la  altura desde el improvisado puente al agua era grande y...

La brasa tuvo miedo y se  detuvo. El calor se hizo tan intenso que en pocos segundos, ardiendo, la paja caía al río, arrastrando consigo a su  compañera  de  fuga...

La alubia, que  era gordota  e insensata, en vez de apenarse por la triste suerte de sus amigas, rompió a reír mientras hipaba...

—¡Qué divertido es todo esto! A nadie más que  ala  brasa se le ocurre subirse encima de la paja... ¡Qué tontas han sido las dos! ¡Qué tontas! 

Y reía y reía cada vez más fuerte, apretándose la tersa piel con las manos porque notaba fuertes dolores en la barriga...

Tantas y tan desaforadas fueron sus carcajadas y sus gritos que la alubia se rasgó por el centro del  cuerpo. Y para colmo de males comenzó a llover.

Un hombre, de oficio sastre, que  se cruzó con la judía, le dijo:

—¿Quieres que te  cosa la herida? Si te entra agua engordarás como si te hubieran echado al puchero y acabarás reventando.

—Me haría un gran  favor remendándome —fue la humilde respuesta—.

Me encuentro  cansada y voy a tenderme un rato entre los matorrales.

Así lo hizo la buena alubia, y se quedó profundamente dormida.

Por ello, no pudo advertir que el aire la cubría de tierra, que  caía una y otra vez la lluvia, que brillaba el  sol...

Comenzó a germinar para  convertirse en una hermosa planta de la que nacieron numerosos hijitos... ¡Todos ellos con una mancha negra en el centro del cuerpo, en recuerdo de la costura que el sastre hiciera a mamá judía!

Fíjate bien, amiguito, en las alubias que  compra tu mamá y observa si tienen esa señal de que  hemos hablado...

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