Las Xanas son ninfas de agua dulce en la mitología asturiana, seres de extraordinaria belleza y largos cabellos rubios, que habitan en cuevas, fuentes y riberas de los ríos.
Las Xanas salen en la noche de San Juan para romper su encantamiento: bailando, lavando y tendiendo sus ropas. También hacen ovillos de hilos de oro y plata que regalan a los pastores. Poseen grandes tesoros y pagan a las personas que les liberan de su encantamiento.
La tradición popular une a este personaje mitológico con un paraje de gran belleza por el que discurre el arroyo de las Xanas o Viescas, entre los concejos asturianos de Santo Adriano, Proeza y Quirós, donde el agua ha excavado un impresionante desfiladero entre las moles calcáreas durante millones de años.
Todos los duendes de la mitología astur se empeñaron en que Amaia y yo no transitáramos por el Desfiladero de las Xanas, pero el deseo y el coraje de un hombre de pueblo no se amilanan ante tormentas enviadas por maléficos dioses.
En un sábado de verano infernal fuimos a conquistar al hermano pequeño de la Garganta del Cares, declarado Monumento Natural por el Principado de Asturias en abril de 2002.
La senda fue cavada en la roca, a mediados del siglo XX, en un antiguo proyecto para conectar los pueblos de Pedroveya, Rebollada y Dosango con el valle del Trubia.
Durante el recorrido se atraviesan varios túneles esculpidos en la piedra.
Como nosotros no nos rendimos a la tormenta, ella se cansó de echarnos agua encima y cuando llegamos a la parte del bosque, poco a poco las nubes se quedaron sin agua, pero bajo los frondosos árboles seguía lloviendo, pero con la cámara bajo el paraguas pudimos hacer algunas fotografías.
Impresionantes paredes verticales que te hipnotizan son recorridas por un estrecho sendero, con unas cuerdas quitamiedos sujetas a la roca con ganchos (en muchos tramos ya se han deteriorado las cuerdas y se han roto).
El sello del amor se puede colocar en cualquier sitio.
No importa que el candado se oxide; lo que importa es que el amor se mantenga.
Avellanos, espinos, fresnos, tilos, arces, madroños, mostajos, hayas, castaños...
Montañas de colores...
Monstruosos desprendimientos...
cascadas...
cuevas...
La tormenta tiñó de marrón el agua cristalina del arroyo.
Un temerario puente de madera...
restos de un antiguo molino...
escaleras para gigantes... a quienes desafié subiéndolas corriendo.
Y, calados hasta los huesos, llegamos hasta la ermita de San Antonio, custodiada por un tejo centenario y final de la ruta.
No quería regresar por el camino andado, porque la zona de sendero en el bosque estaba muy resbaladiza y embarrada, así que nos fuimos hasta el pueblo de Pedroveya, que se veía entre la niebla, a preguntar si podíamos volver por carretera.
¿Dónde vais, pobres de dios? -se preguntaría la vaca pinta.
En Pedroveya había un restaurante y tomamos un refresco y un pintxo. Preguntamos y un amable señor nos indicó una alternativa de regreso por carretera, larga, pero más segura que el desfiladero, teniendo en cuenta la climatología.
Otra pareja estaba en la misma circunstancia que nosotros y se decidieron por seguirnos. Yo, encogido de frío, pero contento de no tener que volver al bosque del desfiladero, comencé a correr y subir una impresionante cuesta como loco, pero tuve que esperar a Amaia y vi que la pareja seguía detrás, cada vez a más distancia. Entonces, decidí actuar como una persona normal, reduje la marcha y les pregunté de dónde eran y eso, para entablar conversación.
Eran de Valencia y él era... ¡hincha del Athletic!
¡Athleticzale a tope!
¡Eran profesores!
Estaban de vacaciones y estaban visitando lugares que nosotros íbamos a visitar.
¡Increíble!
El camino por carretera y senderos se hizo muy ameno, porque nosotros dos hablamos del Athletic (y de Del Horno) y Amaia y ella, pues, de las vacaciones, la escuela...
¡Muy agradables y majos!
Al llegar a punto de inicio (foto superior) nos despedimos pronto, que el tiempo no acompañaba. ¡Joer... y no nos sacamos ni una foto del cuarteto!
Pero...¡las casualidades existen y quién sabe si nos volveremos a encontrar algún día!
Quizá, las Xanas nos hagan ese regalo.
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