Estos días arranca el TORNEO DE PALA DE MAMARIGA, y, precisamente, será la XXV edición (sólo faltó en 2020, por la pandemia).
Lo primero que quiero decir es que llevo a este torneo en mi corazón; por los muchos momentos que viví en él, inolvidables e insuperables algunos de ellos, y porque ese torneo, su ambiente y su gente significaron mucho para mí y no ser agradecido sería imperdonable.
Y, a pesar de que llevo ya años alejado de él y sin jugarlo, (una década, prácticamente) aún se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo.
No puedo ser más sincero: tengo una gran pena por no jugarlo, por no estar en esta XXV edición. Daría lo que fuera por jugar en Mamariga. Pero los años te relegan, te someten, te van empujando hacia atrás... lo llaman la ley de la vida.
Si pudiera saltar de nuevo al frontón de Mamariga tendría la fuerza que los años me han robado, porque para mí es un escenario mítico.
Quizás, debería haber sido valiente y llamar a uno y otro para ver si querían jugarlo conmigo este año, pero no me he atrevido. No me he atrevido por miedo a recibir noes y que eso me afectara mentalmente. No puedo permitirme descolgarme en otro acantilado ahora que estoy saliendo de uno en el he vivido varios meses.
Mamariga Pala Txapelketa va a empezar y yo siento un cosquilleo indescriptible. No consigo dormir y me pongo a pensar lo bonito que habría sido volver a saltar al frontón de Mamariga, como antaño, con un buen delantero, como antaño, y jugar XXV Txapelketa. Sé que habría gente que después de una década si verme se preguntaría si Rober ha resucitado, porque hace una década yo ya era un viejo para ellos. Se asombrarían y sus caras de incredulidad, sus miradas, sus comentarios... me darían fuerza, me impulsarían.
El frontón descubierto de Mamariga era un templo de la pala para mí. Ahora está bonito, sí, recogidito, garantiza que se juega aunque llueva... pero el frontón descubierto era una ermita y los que allí jugaban en aquellos años eran guerreros espartanos... Siempre se jugaba, jamás se aplazaba un partido... era la seña de identidad de Mamariga, su atractivo, su inconveniente, su religión.
Ceste, Javi Mora, Natxo... luego, Bingen... (ahora Eleder...) eran los sacrificados organizadores. Cuando les debo. Nunca podré pagarles los momentos de felicidad que me regalaron. Siempre estaré en deuda con ellos por el respeto y cariño con el que me trataron. Hubo una década entera que me hicieron creer que yo era alguien, pero yo solamente era un guerrero indomable con una pala en la mano y ansias por jugar. Nada más.
Los jugadores siempre somos injustos con los organizadores. Nos creemos los protagonistas y no nos damos cuenta que son los organizadores los que se merecen los mejores premios. Sin ellos, sin esas personas que dedican su tiempo, sus esfuerzo... y tantas cosas más, para que el resto disfrutemos, no habría torneo y sin torneo no hay txapelas, ni campeones. La gloria se la llevan los campeones, pero se la merecen los organizadores.
Si algún día tengo la oportunidad y la suerte de volver a jugar en Mamariga Pala Txapelketa, al llegar, mis ojos buscarán a Ceste, a Javi... y les pediré permiso para darles un abrazo sincero. Ahora me doy cuenta lo que hicieron por mí. Cuando jugaba no me daba cuenta, solamente pensaba en ganar, era egoísta.
Después, saltaré a la kantxa, apoyaré mi rodilla en la kantxa y levantaré mi pala al cielo, para recordar a los que estuvieron y ya no están. Ellos ya no pueden jugar, pero yo jugaría con ellos en mi corazón y en mi memoria. Y no todos los recordados serían jugadores. ¿Cómo no acordarme de Charo, la ama de Sofi Ferreira (y de Eva, de...)? Fue la primer persona de Mamariga que se alegró de nuestros triunfos, sus ánimos, sus ojos vidriosos por nuestras victorias, sus abrazos y sus besos valen más que cualquier trofeo de Mamariga. Las txapelas se encanecen y los trofeos se oxidan (bueno, los de Mamariga, no, que eran especiales), pero esos recuerdos perduran, ni se encanecen ni se oxidan, son eternos, son para siempre mientras la vida (o el paso de los años) no me robe la memoria.
Tuve la fortuna de jugar y ganar los dos primeros años de Mamariga Pala Txapelketa (1996 y 1997), con Berto Naparrilla de delantero. Berto, además de ser una de las personas que más quiero en esta vida, y también una de las que más me ha hecho reír, fue un delantero único para mí. Ni la ahora tan manoseada inteligencia artificial podría crear un delantero más perfecto para el Rober de aquellos años.
Después, por enfermedad, no jugué en la II y IV ediciones (1998 y 1999). Eloy Tajada, único e incomparable, me rescató del olvido, me recuperó para la pala, engañándome. Me dijo que me necesitaba para que jugara con él en Mamariga 2000. Eloy Tajada no me necesitaba; él era el mejor delantero y podía elegir con quién jugar.
Ahora llevo años en los que apenas veo a Eloy. No sé muy bien por qué. Él está en su mundo. Yo, en el mío. Me gustaría contarle que yo sigo yendo al frontón, pero que siempre le echo de menos a él. Le recuerdo en la kantxa, delante de mí, y ahora, sin él, el frontón me parece que está vacío, envuelto entre una niebla espesa y cruel.
En la V edición, año 2000, regresé a Mamariga y obtuve la txapela de parejas con Eloy y también gané el torneo individual, algo que parecía que no estaba a mi alcance por ser zaguero y sin zurda. Jugué las dos finales en la misma tarde, seguidas, después de pasarme muchas horas subiendo sacos de algas por las antiguas escalerillas de Lastrón (ese día subí y bajé aquellas escaleras 70 veces).
En 2001, Eloy y yo volvimos a ser campeones frente a Iker Agirresarobe--Josu. No nos cansábamos de ganar.
Y en 2004, volví a ganar en Mamariga; esta vez con su hijo, Igor Tajada, contra Endika Intxausti--Íñigo Moral, una pareja brutal en aquellos años, en un final de infarto, 25--24.
Y en 2005, bajo un aguacero inolvidable, perdí la final en compañía de José Reyero, contra Igor Tajada--Gorka Rodríguez, que poco después fueron subcampeones de la Liga Vasca de Paleta Goma. El gran Reyero, sentenció: "Si no llueve, somos campeones".
Al año siguiente, en 2006, volví a perder la final con Reyero de compañero, contra los mejores del momento: Eloy e Igor Tajada. El subcampeonato no gusta a nadie en el día de la final, pero, con el paso de los años, se valora mucho. En 9 participaciones en Mamariga jugaba mi 8ª final.
Así cerraba un ciclo. En los diez primeros años de Mamariga Pala Txapelketa, donde había jugado 8 ediciones, había ganado 5 txapelas parejas + 1 subcampeonato y 1 txapela individual y en el histórico de Mamariga ocupaba el Top 1.
En 2009, Iñaki Unda me habló para jugar juntos en Mamariga, ¡él de delantero! Solamente unos indomables Eloy--Igor Tajada pudieron con nosotros. Otro subcampeonato más.
A ese palmarés del que me siento orgulloso, hay que sumarle otro subcampeonato parejas en 2011, con Sergio Loureiro. Ibai Pérez e Igor Tajada nos ganaron en la final. Ese año se cumplían 15 años de mi primera txapela en Mamariga.
En 2002, me concedieron un premio honorífico e inesperado. Fue la primera vez que en el torneo otorgaban un trofeo al Mejor Jugador. Yo lo agradecí, tras unos segundos de sorpresa, pero no me lo concedieron por ser el Mejor Jugador, como reza la grabación, sino por mi trayectoria en el Mamariga Pala Txapelketa. Eloy bromeó: "Abuelo, ya te están retirando".
Y en 2013, en mi última aparición en Mamariga, jugando con mi hijo David, donde me tuve que retirar en semifinales por lesión (poco después fui operado del menisco de la pierna derecha). David e Iñaki fueron subcampeones. También fui premiado por la organización. Me concedieron un trofeo muy bonito en agradecimiento al seguimiento que había hecho del torneo en mi blog HAIXEDER.
Ahora, en 2022, profeso adoración a mis txapelas y trofeos de Mamariga Pala Txapelketa. Los llevo conmigo cuando cambio de alquiler. Son mi tesoro. Son mi fortuna. Son mi historia de amor por la pala. Los miro tantas veces... con nostalgia.
Ahora ya no hay un Eloy Tajada que me diga que quiere jugar conmigo; ni un Igor Tajada que acepte la sugerencia de su aita para jugar conmigo; tampoco hay un Reyero, ni un Unda, ni un Loureiro que me propongan ir a Mamariga a cubrirles las espaldas. Ahora hay RECUERDOS, sólo recuerdos.
Bueno, y 6 txapelas, y 4 subcampeonatos más. ¡He jugado 10 finales en Mamariga Pala Txapelketa! (9 en parejas) de 14 participaciones. Seguro que muchos pelotaris mejores que yo no alcanzan esas cifras en Mamariga. Soy un afortunado.
Txapelas Bikoteka: 1996, 1997, 2000, 2001 y 2004.
Txapelak Banaka: 2000
Subcampeonatos Parejas: 2005, 2006, 2009 y 2011.
Premios Especiales: 2002 y 2013.
Muchos torneos, muchos años, muchas anécdotas, muchas historias...
Txema Imaz (en aquel entonces, Txemita) era uno de los gallos del corral, más por su palabrería desafiante que por su juego, que tampoco era de subestimar, la verdad. Quiero decir que Txemita te decía que te iba a ganar siempre, intentaba que el factor psicológico jugara a su favor, pero en esos años casi, casi, aunque pueda exagerar un poco, a pala con la pelota de tenis, a uno de Zierbena solamente le ganaba otro que también fuera de Zierbena. Txemita daba colorido, ambiente, y en Mamariga estaba en su salsa.
Yo sonreí tímidamente y callé. Estaba tranquilo. Me podían ganar por juego, pero nunca por físico. Yo podía estar 10 horas seguidas jugando.
El partido empezó y todas atrás y yo todas al frontis. Pasó una hora, la gente se aburría y hasta se fueron a ver las regatas. Pasó otra hora. Volvieron los que se habían ido y seguíamos jugando. Todas atrás y yo todas a frontis.
Empecé a ver que Txema se miraba las manos, hacía gestos con la cabeza y empezaba a jugarse pelotas... Y parecía cambiar de estrategia, rendirse... Se me acercó y me enseñó sus manos. Estaban ensangrentadas, ampollas terribles sangrando... "No puedo más"- me dijo.
Riéndose, porque Txemita siempre se reía, me dijo: "¡Qué hijo puta, no hay quien te tumbe, cabrón. ¡Joder con el abuelo de los cojones...!"
¡Qué suerte he tenido de encontrarme en el camino con Txemita y otros muchos... Sin ellos yo nunca habría jugado a pala.
Dejadme que cuente la última anécdota:
Me gustaba ir al Torneo de Mamariga, porque siempre compraba churros al lado del frontón y las primeras uvas de moscatel del año, allí, al lado, en una frutería. Era como cuando se hacía el Torneo de El Puerto de Zierbena, que siempre comía las primeras moras de la temporada. Eran mis rituales. No negociables.
MAMARIGA PALA TXAPELKETA siempre estará en mi corazón y en mi memoria. Siempre será un torneo muy especial para mí. Cuando me muera que me entierren con las txapelas y los trofeos de MAMARIGA PALA TXAPELKETA. En el otro mundo hay alguien a quien querré enseñárselos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.