domingo, 19 de septiembre de 2021

Las heridas se curan... las cicatrices no desaparecen (Historias de un hombre de pueblo)





Cuando se acababa el  curso escolar 2020/21  e iban a  comenzar mis vacaciones, por un descuido manejando un serrote sufrí un accidente doméstico. Ya sé que  parece inexplicable, si,  me lo ha  dicho mucha gente, pero suele ser así  como suceden estas cosas, tontamente, cuando no te lo esperas... Menudo corte en la pierna derecha me hice y me asusté porque  me sesgué una  variz.

Con la ayuda  de  Amaia y mi vecino Ander, no se me hizo largo la espera a la ambulancia que me trasladara  a Cruces. Y, bueno, pasadas las primeras horas de dolor e incomodidad, todo fue muy bien y,  en una semana  escasa, Irantzu, la directora de mi escuela vino a  buscarme a casa y me llevó  al  colegio para que pudiera  asistir  al  acto  de despedida de mi alumnado  de  6º de primaria, que pasaban  ya  al instituto..

Dos días después, la herida se me infectó y eso me  hizo retroceder hasta el principio, o peor, porque ni con muletas podía  sostenerme  de pie. Pero  en  el  ambulatorio de Karrantza me  atendieron estupendamente, especialmente, una  enfermera gaditana con un nombre  precioso, Luna.

Y para  finales de julio ya me había  recuperado totalmente  y pude  hasta  hacer un par de  rutas por los montes  carranzanos.
Precisamente,  el 27  de  julio era el  cumpleaños  de  Amaia y con toda la lata  que  le había dado para  curarme y demás (yo  soy muy mal enfermo), pues, le dije que  podíamos salir  a  comer juntos (antes,  cuando vivíamos en Zierbena, lo hacíamos   muchísimo, pero desde la pandemia... me ha  entrado una neura y me da  miedo salir de casa y tengo muchas reticencias para ir a los bares o restaurantes). 
Amaia buscó un  bonito sitio en  Sopuerta, el Mendiondo, donde comimos muy bien y  a gusto en  su  terraza exterior con vistas  a la naturaleza.

Después,  dimos un paseo por la  zona de  Santa  Ana, que yo quería ver  su  frontón descubierto y si  existía un paso peatonal directo desde el parque  de la  zona  hasta la  Vía Verde. Y allí me encontré  con un  árbol, un  enorme roble, que me recordó a  mi pierna  herida, porque  el  tronco  del  roble  tenía  también una  hermosa cicatriz vertical,  como mi pierna derecha.

Me quise  hacer  amigo  del  roble. Los hombres de pueblo  somos  así... hacemos  cosas que  la  gente  de bien no  suele  entender...
Las heridas  se  curan...
 con  el  tiempo,  con paciencia,
con  ayuda,
con una  enfermera  como Luna,
 con eso  que  ahora llaman resiliencia,
con un  amor  como Amaia.
Las heridas  se  curan, 
cicatrizan,
pero  no se olvidan.
porque la cicatriz  te  acompaña para  siempre.

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