sábado, 28 de diciembre de 2013

Rabindranath TAGORE

Cuando estaba estudiando Magisterio, yo ya llevaba varios inviernos tratando de mitigar mi desconsuelo escribiendo y leyendo poesías; y una tarde, en clase de Literatura, me hablaron de Rabindranath Tagore. Quedé prendado de él. Hace ya  33 años, en una librería de la calle General Castaños de Portugalete, compré un libro suyo: "El jardinero". Aún lo conservo como uno de mis más preciados tesoros. Años más tarde, cuando estudié euskera, y me lo pidió una amiga a la que admiraba, se lo presté, pero no sin antes escribir en la página del interior de la portada esta dedicatoria: "Hainbeste atsegin zaidan liburu hauxe, nire eskuetatik urrunduz gero zure eskuetara bakarrik joan zitekeen", que viene a ser algo así como "tanto me encanta este libro, que si se alejaba de mis manos, solo podía ser para ir a parar a las tuyas".

No estoy hoy aquí para contaros la vida de mi admirado Tagore. Su biografía la podéis encontrar por todas partes. Copio y pego este  resumen breve que le define bien: 
"Filósofo, dramaturgo, novelista y poeta indio, Premio Nobel de Literatura 1913, cuya gran obra contribuyó a estrechar el entendimiento mutuo entre las civilizaciones de occidente y la india".



He leído muchas veces "El jardinero" y siempre me detengo en su canto nº 7; y no porque  el 7 sea mi número favorito, no, no es por eso. Es porque me encanta esta historia que leí el mismo día en que yo traje el libro a casa:
"Pero, madre, ¿cómo quieres que esta mañana me dé cuenta de lo que hago cuando está a punto de pasar el príncipe? ¿Qué peinado crees que debo hacerme? ¿Cómo piensas que me tengo que vestir?...

Ya sé, madre, lo que me vas a decir: que él ni siquiera va a mirar a mi balcón; ya sé que pasará como un suspiro; que todo será como una nota que se escapa llorando de una flauta... Pero el príncipe va a pasar por delante de mi casa, madre, y para ese momento quiero engalanarme lo mejor que pueda.

Ya ha pasado el príncipe, madre... ¡Cómo lucía su carroza con los rayos del sol! Yo me aparté el velo que cubría mi rostro, me quité del cuello el collar de rojas piedras y lo arrojé a sus pies...

Sí, madre, ¿por qué te quedas mirándome?; ya sé que no tomó mi collar, que lo aplastaron las ruedas de su carroza; que cuando pasó, sólo quedaba de él una mancha rojiza entre el polvo; que nadie se ha enterado de mi regalo, ni saben a quién iba destinado... Pero ha pasado el príncipe por delante de mi casa, y yo le he dado a su paso lo mejor que tenía:"

La leí una y mil veces, pero aún me sigue fascinando.
Tengo en el libro de Tagore, marcados en color verde los números de los cantos que más me gustan y algunos párrafos subrayados, porque tenían mucho significado para mí. 
Leyéndolos, a veces, 
recobraba la esperanza que perdía  día a día;
 otras, en cambio,
 leerlos era como clavarme dolorosas espinas.

Hoy, que todo aquello ya pasó, sigo venerando a Rabindranath Tagore y sigo leyendo mis textos preferidos de su "El jardinero".

"Escúchame, tú, a quien no conozco pero que lees estos versos míos con cien años ya de existencia:
No puedo regalarte ni una flor de entre todas las que prodiga la primavera, ni una luz tan sólo de estas nubes doradas. Pero abre tus puertas y mira; recoge de entre las flores de tu jardín el perfumado recuerdo de las flores que se marchitaron hace ya cien años.
¡Ojalá consigas sentir en el gozo de tu corazón la alegría viva que te envío esta mañana de abril, a través de cien años, perfumando estos cantos dichosos!"
Este es el canto 85, el último de "El jardinero". Yo, después de cien años, consigo disfrutar leyendo sus cantos.

También me sobrecoge el canto nº 76. Dice así:

"La feria de delante del templo estaba en todo su apogeo. Lloviznaba desde la salida del sol y caía la tarde.

Entre la alegría de la multitud, nada había más radiante que el gozo de una niña que se había comprado por unos céntimos un silbato de caña. La penetrante alegría de aquel silbido destacaba sobre todas las risas y todo el alboroto.

Una multitud enorme se acercaba entre empujones. El camino se había llenado de barro, había crecido el río y el campo se hallaba enfangado.

Entre el gentío hastiado no había un dolor mayor que el de un niño que no tenía dinero para comprarse un humilde juguete. Y cuando vi sus tristes ojos fijos ente el tenderete, todo aquel enjambre de gente me pareció miserable".



Y acabo con el canto nº 70, que bien pudiera ser mi autobiografía:
"Cuando yo era niño, un día lluviosos de julio, hice un barquito de papel y lo eché a un arroyuelo. Me encontraba a solas, y era muy feliz con mi juego. Y eché al arroyuelo mi barquito de papel.

Se oscuerecieron las nubes, pasó el vendaval y el cielo estalló en una lluvia abundante. El agua mezclada con tierra, crecida y poderosa, se llevó mi barquito de papel.

Pensé con tristeza que la tormenta sólo se había desencadenado contra mi felicidad, que yo había sido el único al que había perjudicado.

Hoy, que es un dilatado y bublado día d ejulio, estaba yo pensando en esos juegos de la vida en los que siempre perdí. Me quejaba a mi suerte por sus muchas malas pasadas, cuando súbitamente recordé el barquito de papel que me quitó la crecida de aquel arroyuelo."

En este poema de Tagore  hay una frase que me la repetí miles de veces cuando era joven:
"Si lloras por ha haber podido ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas"

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